Puntapié a una lata, manos en los bolsillos, vacíos pero bolsillos al fin y al cabo. Da lástima ver esos compartimentos concebidos para contener, viviendo casi inservibles por tener tan poco que guardar. Hay que animarlos sin embargo, decirles que así permanecerán aseados, oliendo a suavizante; sin sufrir erosión por los cantos de las monedas; sin padecer obesidad por abultadas carteras; sin sentirse preocupados por escuchar "dame todo lo que lleves en los bolsillos"; sin ... no sé.
Vale, es una memez, pero algo hay que decirles. Trato de imaginar un mundo sin ellos, pero mi imaginación no da para tanto. Siempre ha sido escasa por la obligación de tener los pies en el suelo. Ahora ya no están solos los pobres pies, los bolsillos están con ellos ahí abajo, charlando con ánimos y colillas, y ruedas de carritos de supermercado. No son tan malas las crisis, solo suenan mal, y dejan un regusto de timo, como si unos pocos te hubieran endosado un puñado de estampitas.
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