DELIRIO III

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CAPITULO IV

 

Antonio se quedó parado mirando de nuevo a la Luna, Juan empezó a observarlo a interiorizar a ese hombre intentando hacer una radiografía de su personalidad. Debe ser un hombre frustrado por los años, con pensamientos en una vida anterior y que se encontraba insatisfecho con su actual vida. Se aferraba a unos recuerdos que no eran más que puras fantasías y películas sin sentido. Pero había algo que no le cuadraba, por qué tenía ahí ese baúl, no tenía sentido. En el fondo le daba pena, seguro que se había divorciado, o lo habían desahuciado y tenía todos sus bienes en aquel baúl. Con la poca luz que había pudo ver que se le estaban poniendo los ojos húmedos y pensó que debía de intentar llevárselo de nuevo a su terreno

-        Quieres un pañuelo, o algo de beber- preguntó él. 

-        No hace falta, de pequeño me repetían que los hombres no lloran, y creo que tenían razón, en el momento que una mujer te ve llorar has perdido todo lo que le gustaba de ti.

Ahí fue donde perdí la batalla con Carla, a los seis meses fue la primera vez que nos separábamos, ella no era muy buena estudiante, la edad del pavo, decían y su familia pensó que la mejor forma de aprobar todo era recluirla durante todo el verano en un lugar alejado de Valencia para que pudiera estudiar. La noche que se fue, me vio por primera vez llorar, no quería que ella se fuera, pero sabía que era por su bien. La comunicación eran las cálidas cartas que nos enviábamos, las leía y leía sabiendo lo que hacía y yo intentaba mandarle algún regalo dentro de mis posibilidades. Me acuerdo que uno de los regalos fue un puzle con cajas de cerillas de perros en la que ponía un te quiero en grande. Luego lo ves desde la lejanía y era un poco cutre, y las tonterías que se harán por amor, pero lo cierto es que daba igual. El amor es cutre en todos los sentidos pero adormece igual que lo pueda hacer la heroína en la sangre.

Y pasó ese tiempo, y todo cambió. No sé si ella me vio más débil que poco a poco fue cambiándome, y yo dejándome. No le echo la culpa a ella, uno no se manipula si no se deja, y ahí fue mi inmadurez la que hizo todo el trabajo. En el momento que dejas que te traspasen un poco la muralla, volver a conquistarla es muy complicado, y eso fue lo que me pasó a mí, que fue bajando las defensas y al final las perdí todas. Creo que corrimos muy rápido y deberíamos haber ido más lentos o incluso haberlo dejado para luego volver con más fuerza pero lo cierto es que nos acostumbramos a vivir así. A esto se unió que perdió a otro familiar muy allegado, y temía hacerle daño.

Los instantes se hacían un momento de alegría unido con tres momentos de tristeza, pero cuando te acostumbras a eso lo ves como normal. Como aquel perro maltratado que le duelen los palos pero que lame a su amo porque no sabe de otra vida. Y así fue pasando los años, haciéndonos planes de vida en común, haciéndonos muchas veces las víctimas de un mundo que no nos entendía y para nada responsables de cualquier cosa que ocurriera malo, porque otros eran los culpables. Pero éramos felices porque nos contentábamos con poco. Recuerdo una anécdota que después de hacer la cola para ir al cine nos salimos de ella porque nos faltaban 7 pesetas para entrar, y por vergüenza ni lo intentamos pero nos dio igual, porque nos sentíamos orgullosos de no tener que pedir nada a nadie.

Antonio de nuevo se quedó mirando de nuevo durante un rato al vacío era como si estuviera esperando algo. Pero Juan no se sabía el qué.

¿Has vivido algo tan intenso que cuando se acaba parece que todo era mentira? Eso me pasó con Carla. Estuvimos un año de estudiantes fuera de Valencia, sin dinero. No partíamos las rodajas de los melocotones en almíbar en varios trozos para que pareciera que comíamos más. Nos daba igual al fin al cabo los estudios, era nuestra primera aventura de pareja real, solo nosotros, sin más límites que nuestra propia imaginación, y sin un duro fue cuando más felices estábamos, nos teníamos el uno al otro y eso era lo único que importaba. Pero llegó el momento de pensar más en serio, para ello volvimos a nuestro Valencia natal a casa de nuestros padres, y empezamos a trabajar en lo que fuera para que pudiéramos salir adelante. La autonomía del dinero fue lo que hizo que todo cambiara. Ella fue la más inteligente, se dio cuenta que había más mundo fuera que lo que había en nuestra relación, y cambió horas de nosotros por horas de fiesta con compañeros de trabajo. Y así fue como una noche pasó lo que al final tenía que pasar. Me fue infiel con un compañero de trabajo. Nunca me contó si al día siguiente me lo iba o no a decir, pero tengo grabado a fuego lo que pasó al día después. Llegué a su casa y la cara que tenía era un poema, le pregunté varias veces que le pasaba que había ocurrido pero lo cierto es que me daba evasivas. Yo estaba contento, estaba por esa época mirando pisos para poder irnos a vivir, y había encontrado el piso ideal para una pareja, dos dormitorios, y un primero a un precio asequible para el sueldo que ganábamos. Ella dijo que le agobiaba, que no quería saber nada de pisos y que no sabía si quería irse a vivir conmigo. Imagínate como me sentí, parecía como si me hubieran echado una jarra de agua fría por la cabeza, la notaba rara, pero no podía discernir lo que ocurría, y con las mismas le dije que se aclarara, descansara y me diera una respuesta cuando quisiera.

Pobre tonto, me dije después, ella no me dijo nada y estuvo así durante un año, un año que me engañó día tras días, con una sonrisa, con un regalo, con sus encantos de mujer.

Estaba tan enamorado, tan ciego que no vi lo que había ocurrido. Los planes eran de vivir juntos y así lo hicimos al poco de pasar lo que pasó, ella creyó que viviendo juntos olvidaría a su compañero, pero lo cierto es que no sé si fue así, lo único que sé es que la veía cada vez más rara más distante. Y nos fuimos acostumbrando también a esa situación, hasta que llegó un fatídico trece de Agosto. Estando de vacaciones notaba que no estaba a gusto conmigo, y le pregunté que le pasaba, ella me contestó como siempre con evasivas, y me dijo que yo no estaba bien con ella. Recuerdo aún las palabras que le iba a decir: ¿me has puesto los cuernos?, y lo siguiente era: pues si no me los has puesto nada nos puede separar. Me quedé solo en la pregunta, no supo que contestarme y ahí descubrí todo.


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