Era difícil no encontrar a mi tío Esteban pegado a su transistor para oír los partidos del Zaragoza y, sobre todo, para no perderse «el parte».
Ya que su mujer no era muy aficionada al futbol y pensaba que en los noticiarios sólo se hablaba de aburrida política, decidí que no sería mala idea regalarle unos auriculares.
Estaba encantado. Pasaba horas con ellos. Ya no se limitaba a atender a los partidos o las noticias, empezó a aficionarse a concursos, programas culturales, los de cocina…
Un día, dijo escuchar una voz diferente a las habituales.
«Habla sólo para mí», comentó. Tras semejante aseveración pensamos que el sano juicio de mi tío empezaba a tambalearse.
Estaba obsesionado. Desde el punto de la mañana estaba adherido al pequeño receptor esperando.
Cada vez era más frecuente que Esteban hablara de las revelaciones que «le hacían» a través de la radio. Nadie, excepto él, escuchaba la misteriosa voz.
No pasó mucho tiempo en el que mi tío fue recluido en un centro psiquiátrico.
Lo vamos a ver todos los sábados. En una de nuestras últimas visitas, dijo haber oído en la radio que pronto vendría al mundo uno más a la familia. Cómo lo averiguó, no lo sé. Me encuentro en el segundo mes de embarazo y no se lo había comunicado a nadie…
Ayer, pasamos la tarde con él. Dijo que Mister T, nuestro perro, moriría en breve. Se lo había contado «la voz». Un poco alterada, le arrebaté el transistor. No se oía nada. Las pilas, según nos dijo el personal del centro, llevaban meses agotadas, pero mi tío ha seguido escuchando la voz.
Esta mañana Mister T ha muerto atropellado por un taxi.
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