La Despedida

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Una tarde de primavera de 1898  los amigos volvían a reunirse en el Café Gijon.El último en llegar como siempre fue Rafael.

-¡Dichosos los ojos! –exclamo Juan Villamir levantándose de la mesa.

-Mis queridos amigos y conciudadanos, que alegría verlos de nuevo- respondió el otro con una amplia sonrisa de oreja a oreja. Se quitó el sombrero y lo colgó en una percha cercana.

-Te hacía por el África matando elefantes – dijo Tomas el Notario socarrón.

-Bien sabe usted que mis deberes como marques me dejan poco tiempo para el ocio, aun así ardo en deseos de volverme a perder por el continente negro.

-Bueno, pues ya que estas aquí paga los carajillos- rio Juan

-No me parece mala idea – dijo el más bajito de los amigos entorno a la mesa

-¿y qué has estado haciendo este último mes? – pregunto Juan a su amigo del alma.

La luz de la calle se apagó un poco a través de los ventanales. Acaso una nube errante tapo por un momento el sol. Las bombillas del café brillaban con fuerza.

-No ha sido un gran mes precisamente. ¿Os acordáis de mi sobrino Miguelito?

-Claro. Un gran zagal – apunto Tomas con aquel marcado acento gallego.

-Pues iba a contraer nupcias muy pronto, el próximo 20 de abril. Una chica preciosa por cierto. Ojos azules como el mar.Piel blanca de porcelana...

-¿Iba? –interrumpió Cosme.

-Iba. Por desgracia la pobre fue atropellada por el tranvía cuando cruzaba la calle por Tetuán.

-¡Válgame Dios!- exclamo Juan

-Lo siento de veras – dijo Cosme dando unas palmaditas al Marques.

-Bueno, la historia no acaba ahí. Mi sobrino, tras el funeral, estuvo varias semanas encerrado sin querer salir de su habitación, con todas las persianas echadas. Ya sabéis ese carácter tan suyo que tiene...

-Lo más normal del mundo Rafael, perder a tu futura esposa así… ¡terrible! –apunto Tomas dando un golpe con el carajillo en la mesa.

-Siempre ha sido un chico muy melancólico también- dijo Juan.

-Ciertamente, incluso diría algo tendente a lo depresivo. Sabéis que le gustaba pasear por los cementerios y esas cosas.

-Yo veo a Miguelito como un romántico demodé, de aquellos de principios de siglo Rafael.-apostillo Tomas.

-No podía ver así al chico. Llame a un médico y apareció por el palacete a eso de las ocho de la tarde de hace 2 semanas. Un tipo realmente singular. Se autoproclamaba un progresista de pro y me recrimino mi encendida crítica hacia los tranvías y el peligro que suponía ya andar por cualquier calle de Madrid. Sin embargo, lo que me dijo a continuación sí que me sorprendió debido al contraste que suponía con respecto a su cháchara anterior.

-¿Qué te dijo? – pregunto Cosme

- Más que decirme me dio una tarjeta. “no puedo hacer nada por su sobrino”, comento,”su enfermedad está en el espíritu y no en el cuerpo, sin embargo esta persona tal vez sí que pueda ayudarle”

El marques bebió el último trago de su carajillo.

-¡Por Dios Rafael que nos tienes en ascuas! – Exclamo Tomas- ¿Qué ponía en esa tarjeta?

-Ponía. “Eulogio Monforte, Prestidigitador, Arenal 25 Bajo”

-¿Prestidigitador? – repitió Juan

-Efectivamente. No pude sacarle más sobre quien era este hombre y que podía hacer para curar a mi sobrino. Aun así, saque a Miguelito de las tinieblas de la habitación y le lleve a rastras hasta aquel lugar que resultó ser un teatro antiguo.

-Vaya, la historia se está poniendo interesante señor Marques- comento Juan.

-Bueno, pues no ha hecho nada más que comenzar. Mi sobrino y yo abrimos los ojos como platos cuando el susodicho Eulogio nos pasó a su despacho. Allí pudimos observar la más extraña máquina que jamás habían contemplado nuestros ojos con anterioridad. Era una especie de torre de espejos unidos por miles de ruedas dentadas que llegaba hasta el techo. El hombrecillo prestidigitador, cuando vio nuestra asombrada mirada, rápidamente tapo con un paño oscuro el invento. “¿Qué se les ofrece?” dijo “Venimos recomendados por el doctor tal” le dije, y le conté la desgracia de mi sobrino y como había perdido a su prometida en tan trágico accidente del destino.

-¿Un tipo raro no? –pregunto Cosme

-Desde luego. Como decía, era un hombrecillo embutido en un chaqué de paño del siglo pasado, raído y lleno de polvo. El despacho estaba solo iluminado por un viejo candil que daba un aire surrealista a la escena.

-¿y que dijo?

-dijo. “ya veo, no sé qué les habrá contado mi amigo el médico. Pero sepan ustedes que no puedo traer a Isabel de vuelta de la muerte, no al menos definitivamente”. Mi sobrino y yo nos quedamos a cuadros como es natural

-¿Traer de vuelta? ¡¿De la muerte?!- exclamo Tomas

-!necesito otro carajillo! !Enrique ponnos otra ronda hombre!- grito Juan de Villamir.

Rafael encendió un cigarro y  continúo:

“El hombrecillo,  a pesar de su pequeña complexión, llevo con soltura la enorme maquina al escenario principal del teatro. El cual, por cierto, llevaba más de veinte años cerrado según nos dijo. La coloco en un extremo y sentó a mi sobrino en una silla en el otro. Este estaba tan impresionado por todo que no abrió la boca en ningún momento. Estuvo al menos media hora manipulando el extraño artefacto, moviendo sus espejos y ajustando engranajes. Yo me senté en la primera fila de butacas como si aquello fuese a ser una representación de la Traviata.Eulogio finalmente termino y entonces, desde la penumbra del escenario miro a mi sobrino y le dijo.-ahora llama a tu amada, con fuerza. Yo enarqué una ceja y me pregunte por primera vez que diantres hacíamos allí. A Miguelito, que si creía en esas cosas, comenzó a temblarle el labio inferior incapaz de pronunciar palabra. El predistigitador entonces frunció el ceño y alzo la voz demandante:- ¡llámala! Como si se hubiera activado un resorte en el pequeño cerebro de mi sobrino, este respondió a la demanda! Isabel! ¡Isabel!. La máquina empezó a emitir un silbido y los espejos empezaron a moverse. Observe entonces que el hombrecillo había situado el artefacto bajo un haz de luz que se colaba de un pequeño ventanuco del techo y que este haz daba en un primer espejo en lo más alto de la máquina y luego rebotaba por otros más pequeños hasta que el ultimo proyectaba el haz sobre el suelo.-Mas alto!- gritaba Eulogio.- ¡Isabel, amada mía!!-imploraba Miguelito. Entonces, de repente mi sonrisa socarrona se borró de golpe. Delante de los espejos, bajo el haz de luz, empezó a formarse una figura de mujer translucida. Tenía los brazos extendidos hacia Miguelito, parecía llorar. Mi sobrino se quedó petrificado, se levantó de la silla y empezó a retroceder. El vestido de Isabel aparecía hecho girones, tal vez resultado del atropello. Abría su boca, como yo abría la mía intentando decir algo coherente, pero no podía. Eulogio manipulaba la maquina con tesón y grito a mi sobrino: -¡despídete de ella ahora imbécil!!¿Acaso no has venido a Eso? Pero mi sobrino corría butacas arriba. El enorme artefacto entonces empezó a petardear y la imagen de Isabel se disolvió en las partículas de luz. Todo se quedó en silencio de nuevo.”


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