EL TATUADOR

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Acababa de entrar en el bar cuando me crucé con él. Era moreno, de mi estatura y un poco rellenito como yo. Me quedé prendada cuando empezó a reírse por algo que habían dicho en el grupo de gente con el que estaba. Joder, dos piercings en la lengua. Mi mente voló de inmediato hacia la fantasía de lo que podían hacer aquellas dos bolitas de la lengua sobre mi chocho, si sabía utilizarlos como es debido.

Lo siento, es mi fantasía desde que empecé a tener relaciones sexuales y un amigo me enseñó en su móvil un video de un tío pasándole el piercing de la lengua por el clítoris a una chica y como chillaba. Desde entonces siempre he deseado tener esa experiencia y que me hicieran chillar de esa forma. Mi amigo me dijo que podíamos probar y cuando le dije que me enseñara la lengua y no había nada adicional, deseché su oferta.

Me paseé dos o tres veces por delante de él y le miré sin conseguir llamar su atención y al final tuve que entrarle. Si me enrollaba cojonudo y si no me olvidaba él y otra cosa. La suerte me acompañó y me hizo caso. Le dije mi nombre y le pedí que me enseñara la lengua porque me había llamado la atención el metal que le atravesaba la lengua.

Me sonrió sacando la lengua y solo con verlo me mojé imaginando las maravillas que haría con el. Me dijo su nombre y nos retiramos un poco hacia un extremo de la barra, allí más tranquilos y apartados de sus amigos empezamos a charlar. Mi curiosidad se centró en lo doloroso que debía ser al hacerse el agujero. Me dijo que solo un poco y que el resultado valía la pena.

Poco a poco nos fuimos cayendo bien y la conversación se volvió fluida. Enseguida entramos en el terreno como no podía ser de otra manera y me explicó como utilizar las bolitas en determinado sitio y los resultados.

Le conté mi fantasía y de donde me venía. Se me acercó al oído y me dijo que si quería nos metíamos en los servicios y me hacia una comida de coño, literal. Fue como si me dieran una bolsa de caramelos para mí sola a los cinco años y de inmediato mojé las bragas.

Sin esperar respuesta me cogió de la mano y me arrastró a los servicios de mujeres porque siempre están más limpios, me dijo. Estaba una chica pintándose los labios en el espejo del baño y nos miró al entrar, sin hacer caso de su mirada me metió en un servicio y cerró la puerta con pestillo.

No perdió el tiempo. Se agachó delante de mí y me desabrochó los pantalones para bajármelos junto con las bragas hasta los tobillos. Metió le lengua y me dijo que estaba chorreando cosa que yo ya sabía. Apoyó en el clítoris la lengua y empezó a moverla. Nunca me he corrido tan rápido, el morbo me jugo una mala pasada y no lo disfruté como estaba deseando.

Se limpió la boca con papel higiénico y se bajó la bragueta. Se saco la polla y me dijo que era mi turno. Me agaché y se la comí metiéndomela hasta la garganta y deseando que fuera tan rápido como yo en correrse. Al sacarla una de las veces le pasé la lengua por el capullo y me percaté de que tenía un aro metálico atravesándole justo en el frenillo. Me apliqué sobre el metal con la lengua y se corrió. Me lavé la boca en el lavabo y cuando iba a subirme los pantalones me dijo que esperara.

No sabía porque me lo decía hasta que me aupó en brazos y me sentó en el lavabo con las piernas abiertas y dobladas al tener los pantalones en los tobillos. Me metió la lengua dentro del chocho y empezó a moverla, al notar las bolitas dentro se me agitó y empecé a suspirar de placer. Cuando me corrí sacó la lengua y volvió a ponerme la lengua en el clítoris.

Era un segundo orgasmo seguido y no pude evitar gritar. Cuando me recuperé nos miramos y nos echamos a reír los dos porque fuera se oían voces de gente. Se limpió mis fluidos de la cara, me bajó del lavabo y me subió las bragas y los pantalones. Mientras yo me los abrochaba se guardó la polla y cogidos de la mano salimos del servicio. Las dos chicas que estaban dentro del aseo nos miraron y cuando les hicimos una reverencia, empezaron a reírse.

Les dijimos a ambos grupos de amigos que nos íbamos y aguantando sus bromas nos despedimos y salimos a la calle. Dijo de ir a su casa y acepté encantada. Allí descubrí otros dos aros en los pezones y medio cuerpo tatuado.

Era tatuador profesional y también ponía piercing y otras disciplinas más escabrosas que empezó a contarme y preferí que lo dejara. La noche fue larga y nos sorprendió el amanecer follando. Pasamos el domingo entero en la cama.

Unos días después me tatuó el pubis y me atravesó una barrita en el clítoris con dos bolitas en los extremos, otra en la lengua y dos aros en los pezones. No me dolió tanto como esperaba y le dije que me estrenara, me contestó que hasta que no pasara una semana era mejor no tener sexo para que cicatrizaran bien las heridas. Lo pasé mal, una semana sin sexo.

Aunque hace tiempo que no nos vemos, cuando alguien me come el coño y juega con la lengua en el metal mientras me estiro de los aros de los pezones, siempre me acuerdo de él.      


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