"Con solo empatar ya éramos campeones", dijo, llorando sentidamente, cuando faltaba medio minuto para terminar el partido. De pronto sintió un vacío en el alma y sin poder resistir la tristeza que se abatió sobre su espíritu ni pensar en nada más que en borrar de su memoria el fracaso, corrió hacia el balcón y se arrojó al vacío.
Durante los sesenta y ocho pisos que lo separaban del suelo y la muerte pasaron muchas cosas: tres segundos después del salto fatal, fue viendo a través de los ventanales del edificio el penal a favor de su equipo, la ejecución del mismo, el gol del empate y la alegría de todos aquellos que mantuvieron la fe hasta el último instante. Sin embargo, su último recuerdo de despedida que se llevó al más allá fue una mano amiga que lo saludó desde el balcón del segundo piso.
Se trataba de un tipo que salió para ver quien era aquel hincha que gritaba "goool", más alto que todos los hinchas juntos.
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