Los Espìas y la Higiene Parte Dos.
Por EM Rosa
Enviado el 13/05/2012, clasificado en Ciencia ficción
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- Espero que sea así. Desearía pensar como tú pero creo que los de IAR son lo suficientemente sucios como para torcer cualquier recta vara. Dicho esto se marchó del laboratorio sin más.
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Io Sodosky era un maniático en muchos aspectos. Llegaba siempre a la misma hora a las puertas de IAR y realizaba los mismos movimientos, las mismas acciones, recitaba las mismas palabras con las mismas personas. Quería y exigía que todo se viera de una determinada manera y que nunca cambiara. Amaba la monotonía y la previsibilidad hasta el desquicio. Planteaba su caprichoso escenario diario de una manera determinada y todo el mundo debía ajustarse a el. Claro, no era gratuito que todo el mundo bailara su música. Sodosky era el presidente del directorio de la empresa, fundador y poseedor del setenta por ciento del paquete accionario. Era el amo absoluto y todo se hacía de acuerdo a sus exigencias y caprichos. Pero había algo que lo obsesionaba: La limpieza, o peor, la asepsia. Vivía pensando en las enfermedades, en los microbios, las bacterias y en que el mundo era un lugar infecto únicamente diseñado para su padecimiento. Evitaba el contacto físico con otras personas hasta el extremo de usar guantes casi permanentemente. Se trasladaba en su pomposo vehículo con chofer separado del mismo con vidrio hermético y jamás se sacaba el barbijo si estaba ante otra persona. Tanto su casa como su lugar de trabajo, un despampanante despacho del cual jamás salía si no era para irse a su mansión, eran recintos esterilizados electrónicamente, controlados milimétricamente por sistemas robóticos especialmente diseñados en el que solo se respiraba aire puro. Ni una mota de polvo, ni una microscópica pelusa, nada flotaba en los escasos lugares donde se sentía a salvo y contenido. Nadie ingresaba a su hogar ni a su despacho, todo parlamento se tramitaba vía conferencia de video. Un auténtico regimiento de personas trabajaba para él en las tareas de limpieza y acondicionamiento de su hábitat, entre los que había verdaderos profesionales y hasta un cerrado grupo de científicos. Antes de entrar a cualquiera de los escasos recintos donde pasaba buena parte de su jornada se desnudaba y se sometía a duchas desinfectantes. Acto seguido se cambiaba de ropas íntegramente y desechaba cualquier objeto que lo acompañara durante su trayecto. Esto costaba millones anuales a la empresa pero nada se podía hacer. Con esto y todo, siempre ingresaba a su despacho antes de las siete de la mañana, para lo cual debía despertar antes de las cuatro de la madrugada, pero Sodosky solo dormía tres o cuatro horas diarias. Claro, todo lo que el hombre tenía de limpio por fuera lo quintuplicabla de sucio por dentro. Sodosky no sabía lo que era el bien. Todo planteo, todo plan de acción, lo trazaba desde la perversidad, desde su profundo odio hacia las personas, desde su ego super desarrollado, desde su miserable esencia inhumana. Por eso amaba los robots, porque eran las personas perfectas, programables, obedientes, sumisas. No admitía la discusión ni planteo alguno, solo existía su criterio corrupto y su mentalidad deforme. De esta manera acumuló miles y miles de millones, muchos más que su competidora CTBC, y había crecido tres veces más en las últimas dos décadas. Pero, claro, esto lo había logrado repartiendo dinero en cataratas, comprado miles de voluntades y haciendo que sus tentáculos se extendieran por todos lados, creando una cerrada red de adherentes asalariados tan podridos como él. Sodosky contaba con setenta años y nunca había sido otra cosa que lo que era hoy día. Creció a la sombra de su padre del cual heredó una monumental fortuna con parte de la cual fundó IAR a los treinta años y allí se quedó dando a su vida una homogeneidad poco usual. Era totalmente calvo y de cuerpo enjuto y encorvado con una estatura de no más de un metro setenta. Su rostro carecía de cualquier pilosidad y color y sus negros ojos redondos resaltaban con intensidad. El conjunto era el de un ser absolutamente inofensivo y benévolo pero no podía ser mas engañoso. Io Sodosky era el mal en envase chico en su máxima expresión. Por añadidura nunca nada le había salido mal siquiera en sus más mínimos detalles y hasta sus más excéntricos caprichos habían sido materializados. Cuando decidió que CTBC debía desaparecer no fue porque la considerara un peligro para su propia empresa sino porque se le antojó. De esta manera decidió que el espionaje sería la forma más eficiente y limpia de matarla y, como todas sus apreciaciones, estuvo en lo correcto, lamentablemente su intelecto era colosal. Fue por ello que cuando le informaron que lo de Bet había fracasado casi enloquece y la furia le nubló la visión.
- ¡¿Quién fue el idiota que estuvo a cargo?!. Vociferaba a la pantalla ante la cara aterrorizada de su gerente principal. Con voz vacilante el subalterno trató de dar una explicación.
- No no fue nadie en especial, señor, la operación fracasó porque el Doctor Bet actuó inmediatamente. La oficina de patentes publicó en la red el informe de registros demasiado pronto. No hubo tiempo de materializar, de formalizar, la solicitud. Pero Sodosky estaba fuera de sí.
- ¡¿Qué dices idiota?!. ¡Gasto millones al mes sobornando cuanto imbécil del gobierno o burócrata se me cruza por el camino!. ¿Y cuando necesito de ellos me fallan?. ¡No me vengas con esas!. ¡Tú eres el culpable!. ¡Tú eres quien me asesora acerca de a que apestosa rata burócrata debo o no comprar, así que, arréglalo o te echo como el inútil desechable que eres!. Y se cortó la comunicación. El gerente se quedó de una pieza, temblando, helado. Si lo despedían de IAR nunca encontraría trabajo en otro lado, sería un paria, un indigente. Ron, así se llamaba, Ron Pol, tomó el teléfono y pensó en llamar a alguien pero se quedó a mitad de camino. No sabía a quien llamar, y sería mejor que se le ocurriera algo pronto.
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