Cita con la inyección y quizás...
Por Elzorro10
Enviado el 25/05/2021, clasificado en Amor / Románticos
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El ascensor abrió sus puertas silenciosamente poco después de llegar al bajo. Allí aguardaban dos personas. Una mujer joven vestida con vaqueros, camiseta de media manga y zapatos de tacón y un hombre de mediana edad en traje de oficina.
- ¿Subes? - dijo el caballero invitando a entrar a la desconocida.
Mónica, que así se llamaba la muchacha, salió de su ensoñación, sonrió con torpeza y entró al ascensor. El zapato derecho le rozaba, estaba cansada y todo lo que quería en ese momento era llegar a casa, meterse en la bañera con agua calentita y relajarse rodeada de espuma mientras se frotaba con la esponja y se tiraba... Se ruborizó con solo pensar en ello. Si quería tener novio tenía que contenerse un poco.
Se bajó en el tercer piso y pensó que era un poco vaga. Hacer ejercicio físico es fuente de salud y de estética. Todas esas nenas que salían en las series de la tele, con esos cuerpos que parecían esculpidos por un gran artista, a buen seguro que tenían una genética privilegiada y aun así, la mayoría, seguro que se machacaba en el gimnasio.
Suspiro y se sentó en una de las sillas de plástico que se pegaban contra la pared.
De repente volvió a la realidad recordando para que estaba allí y palideció.
****
Estaba tan nerviosa que el hombre sentado a su lado, viendo la repentina pérdida de color en su rostro y como se frotaba las manos le habló.
- ¿Está bien? -
Mónica le miró y le reconoció. Era el tipo del ascensor.
- Sí... un poco nerviosa. -
- Ya. Todos estamos un poco nerviosos supongo.- respondió con una media sonrisa.
- Por cierto, ¿vienes para... - continuó el varón.
- Sí. Para la inyección... la primera vez - respondió tragando saliva.
- Yo también. La verdad es que el enfermero que pincha es un profesional. Bueno, también es mi primo.
- Ah, tu primo.
Una muchacha en bata blanca salió al pasillo y dijo un nombre. Al poco una mujer de pelo largo y rizado que vestía falda y blusa blanca, se levantó de una de las sillas de plástico y cogiendo el bolso y la chaqueta, pasó cerca de donde estaba Mónica y desapareció tras la puerta.
Mónica notó que estaba sudando. Por fortuna no llevaba una camisa blanca y la mancha de sudor no se notaba. Otra cosa era el olor. Sudor y perfume no combinaban, o eso pensaba ella.
- ¡Mónica García! - dijo la enfermera.
- ¡Eh! tan pronto. - murmuró - Sí, yo. - continuó en voz alta.
- Suerte. - le dijo su compañero de espera.
La chica fue a decir algo, pero con los nervios las palabras no llegaron a transformarse en voz.
** ** ** ** ** **
El despacho era pequeño. Un armario, una mesa con un par de sillas y una camilla.
- Hola. Mónica ¿verdad? - le saludo un chico joven.
- El primo. - dijo ella en voz alta impresionada con su físico.
- ¿Perdón?
- No, nada. Es que el hombre con el que estaba me dijo que era su primo.
- Sí, Juan, ¿le conociste? ¿qué te parece? habla mucho verdad.
- Sí. - respondió laconicamente Mónica.
- Bueno, a ver que nos dice el portatil. Vale, vienes a ponerte una inyección. Las pastillas no te sientan bien. Ok, inyección intramuscular... bien, de las grandes. - dijo.
Mónica le observó con cara de miedo.
- Dolerá un poco. - dijo el sanitario con innecesaria sinceridad levantando la vista del monitor.
Involuntariamente la muchacha contrajo las nalgas.
- Pero no te preocupes... inocularemos el líquido despacio. - agregó en un intento de arreglar la situación.
Sin mediar más palabras, el primo de Juan comenzó con los preparativos desenvolviendo la jeringa y retirando la tapa del vial. A continuación, rasgó el envoltorio de la aguja y después de enroscarla le quitó la capucha.
Mónica la miró pensando que era la aguja más larga que había visto en su vida.
- Si quieres puedes ir preparándote. - dijo el enfermero tomándola del brazo y caminando con ella hasta la camilla.
En cualquier otra situación, aquel exceso de contacto-confianza hubieran puesto en alerta a la chica. Pero la realidad no le dejaba reflexionar.
- Bájate los pantalones y las braguitas y túmbate boca abajo. Puedes usar el banco para que te resulte más cómodo. - dijo arrastrando y alineando un banquito negro que había bajo el catre.
Mónica obedeció y tras quedarse con el trasero al aire se encaramó a la camilla y trató de relajarse.
Un minuto después, el olor del algodón empapado en alcohol inundó la pequeña habitación.
- Relája ese culete. - dijo el muchacho mientras frotaba el glúteo izquierdo.
Mónica trató de relajar los músculos, pero la imagen de la temible aguja mandaba contraórdenes a su celebro tensionándolos.
El enfermero, viendo que no iba a ser fácil, optó por la técnica de la sorpresa.
- Sabes, ya que conoces a mi primo, un día podríamos salir y tomar algo.
- ¿Salir?
- Sí, a menos que tengas novio.
- No, no ten... ¡Auf!
La aguja se clavó en la nalga. Pasado el dolor del picotazo, una sensación de escozor que aumentaba a medida que el líquido entraba en su cuerpo se adueño de la zona como si alguien le estuviese dando un gran pellizco.
- Relájate, ya casi hemos acabado. Ves, ya está. - dijo el chico extrayendo la aguja y aplicando de nuevo el algodón húmedo.
Poco después, Mónica cubrió su desnudez y bajo de la camilla.
- ¿Qué tal? puedes caminar. - preguntó con interés el que le había pinchado.
La chica flexionó una rodilla tensionando el glúteo. La sensación de molestia estaba ahí, pero era manejable.
- Tu primo dijo que usted pinchaba bien... por cierto... ¿cómo se llama?
- Yo... Carlos López.
- Gracias Don Lo...
- Por favor, llámame Carlos.
- Carlos. - sonrió Mónica recordando de repente todos los gestos que había tenido con ella.
- Carlos... eso que dijiste antes... era para distraérme
- Bueno, en parte.
- En parte... - musitó Mónica.
- Te llamo luego... tengo tu número - dijo Carlos con rapidez.
La chica sonrió.
******
El verano llegó. Mónica, sentada en una terraza, disfruta del sol. A su lado, Carlos, su novio, habla.
- Me gusta tu voz.
- Y a mi me gusta...
- ¿Qué te gusta?
- Me gustas tú.
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