No dejé de amarte de un día para otro. Incluso después de nuestro penoso último contacto, yo seguía añorándote y rogando por tu regreso. Me pasaba las tardes primaverales sentada en la banqueta, esperando verte cruzar en algún momento; pero el saludo de la luna me avisaba, una vez más, que no ibas a llegar. Sin embargo, ahí no terminaba mi tormento, todavía en la comodidad de mi cama te lloraba como si no hubiera mañana.
En el fondo, nunca quise dejarte ir, siempre albergué la esperanza de que algún día regresarías a mí.
Hoy ya no te espero, te veo desde otro umbral y me rio con respeto de aquellos días nublados en los que me sentía perdida sin ti. Fue aquella sensación de perdición la que me hacía falta para ver que, contigo o sin ti, la vida continuaba y no podía pasarme el resto de mis días llorando el fin que nosotros mismos decidimos.
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