Sabía que “el bicho” seguía allí, que tenía que vivir con ello el resto de su vida, que tenía que llevar una vida “no normal” pero si al menos lograban controlarlo, su futuro lo vería, más halagüeño.
Estaba cansada, muy cansada tanto física como psiquicamente. Había momentos en los que, no sabía muy bien por que, empezaba a llorar.
Lloraba en silencio. Un silencio frío y desolador. Cuando entraba en casa, respiraba. Se sentía segura.
Esa seguridad se desvanecía a los pocos segundos, transformándose en un vacío, cruel, duro, realista.
De repente un mensaje de su cuñada.
Bueno, pensó, se acuerdan de que existo.
Habían sido abuelos por cuarta vez.
Su hija, Ana, la mayor, trajo al mundo a Elena.
No volvería a saber mas de ellos, hasta el próximo cumpleaños, allá por julio o quizás en las próximas Navidades, en la mal llamada libertad. ¿Triste? Sí. ¿Real? Como la vida misma.
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