Y Dios creó la Tierra después de yo morir

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Llueve tanto que tengo la boca seca.

Camino, paseo, pero no corro huyendo de la lluvia.

Nadie más en la ciudad. Por lo menos en las calles. Ni coches que circulen. Ni perros vagando.

Sirenas a lo lejos. Tan a lo lejos. En otra galaxia.

Lleva semanas lloviendo en Madrid. Solo en Madrid.

Te vas a Toledo y hace calor. Mucho calor. Muchas moscas. Y la peste y la vacuna y los muertos que no se entierran. Pero así por toda España. Por todo el mundo. No ven el agua ni la esperan. La misma temperatura en Tokio que en París. La misma que en Roma. Y la misma en Buenos Aires. Y un cielo azul muerte que se echa encima de los vivos con un sol hijoputa que convierte en lava los polos y mete en el agujero de la depresión a los osos polares que zigzaguean en busca de sombras que llevarse a la boca.

Pero Madrid está arriba de agua.

El metro hasta arriba. El Prado hasta arriba. El Bernabéu hasta arriba. Esos rasca cojones también. Flotan los fiambres. Pero yo camino. ¿Nadar? El nadar se deja para los cobardes. Yo camino, y camino. Empapado de vida.

Y todos los madrileños, menos yo, que no soy madrileño, han salido de la ciudad para solidarizarse con los vivos que ya mueren y ser testigos de la caída del imperio de la fiesta.

Hablan por la tele desde otras ciudades, pueblos, ¿la España vaciada? Y se dicen salvados. Saltan, se abrazan entre ellos; abrazan a los toledanos y a las putas y putos y futuras putas y futuros putos de Hollywood.

Un paso, otro paso.

Me desnudo y así la lluvia se mete por el ombligo, por el culo, por las orejas, por la nariz. Pero no por los ojos. La lluvia no toca mis ojos. Los ojos, lo recuerdo y lo anuncio a los cuatro vientos siempre que puedo, están secos. Como los ojitos de Borges.

Han pasado cincuenta años, o más. No los he contado, la verdad.

Nunca deja de llover. En todos estos años que han pasado como nada, jamás me he sentido solo. He hablado más que nunca. He escrito más que nunca. No he parado de trabajar. Escritor, fontanero, dependiente en una tienda de ultramarinos. Científico en el Cesid. Político en la oposición. Guía turístico. Mimo. No puedo quejarme.

Ya soy viejo. Viejo del todo. Y cuando un hombre dice que es viejo del todo es que está preparado.

El mundo se ha achicharrado bajo un sol rojo. Los osos polares desaparecieron tras cobrar una indemnización ¡uf! de Coca Cola.

Creo que hoy voy a palmarla. Aquí mismo. A esta hora.

Es la calle C. Miro hacia el sol y no me daña los ojos secos. Empapado, como siempre. Pero los ojos secos, lo recuerdo.

¿Qué si he leído? Hasta quedarme ciego. Leí a Hoffmann y Chéjov. Leí a Benito y a Emilia. Leí a Poe y a Maupassant. Leí a Lovecraft y leí a Balzac. Y leí la Biblia hasta memorizarla.

Aquí mismo, sí. Este sitio está bien.

Si pudiera regocijarme con un par de gotas de lluvia ahogando mis ojos. Es mi último deseo antes de recuperar la vista y que deje de llover y el sol deje de estar rojo y la tierra recupere la vida entera y saltarina, con canguros y sus más de cincuenta especies dando la tabarra hasta en Tasmania. Pero no. Me muero, joder, aunque no me parece mal, sin ver (jajaja) el deseo cumplido.

¿Qué habré hecho para tener los ojos de Borges y no dejar nada que merezca la pena ser recordado en esta vida?

 


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