Unas voces exaltadas, como de discusión, lo despertaron. Osvaldo pensó que aquello se había producido en su inconsciente, pero por más que se esforzó no pudo recordar ningún sueño, incluso no estaba seguro que hubiera soñado.
Nuevas voces, como furiosas, volvieron a hacerse oír.
Pero ¡qué carajo!, es por acá, exclamó sorprendido.
La queja tenía su porqué, él era el único inquilino de aquel edificio recién inaugurado.
¿Será que alguien más se ha mudado sin que yo me diera cuenta?, se preguntó.
Imposible, desde la mañana cuando se mudara no había despegado un pie del departamento. Tampoco era posible que no escuchara nada, al final el edificio estaba compuesto de dos plantas, la baja y la alta, con cuatro apartamentos en cada. Además, como estaba apartado de la ciudad, hasta una carretilla siendo empujada por la calle se oiría claramente.
Intrigado por aquellas voces, salió al pasillo. Las voces habían cesado, pero por las dudas continuó hasta la planta baja, donde solo el silencio le hizo compañía durante el rato que se mantuvo por allí.
No más retornar, a los cinco o seis escalones, el diálogo recomenzó, algo alterado esta vez . Venía del primer piso. Subió corriendo y ya en el último escalón oyó un alarido que lo hizo parar en seco. El alarido, que no fue otra cosa que un "nooo..." prolongado, que rápidamente perdió intensidad, como si el autor se estuviera alejando; y un instantes nada más, una voz, claramente de mujer, gritó: "¡Dios mío!". Después todo volvió al silencio de siempre.
Anduvo una media hora, golpeando y llamando a las puertas de los otros siete departamentos, sin que nadie atendiera a los llamados. Él continuaba siendo el único inquilino. Pero no conforme con éso salió a la calle, donde solo oyó el motor de unos pocos vehículos en la distancia, ladridos lejanos y unos maullidos provenientes de algún tejado cercano. Más allá de eso, la soledad de la cuadra y ni señal de alguna pelea doméstica.
Por la mañana, bien temprano, apareció Marta, su novia. A pesar del calor que ya hacía a esa hora, en ese enero caluroso, su cara estaba helada, como el beso que apenas alcanzó a rozar sus labios.
Pero ¿qué haces a esta hora, Marta; no combinamos en ir a comprar el resto de los muebles a eso de las diez?
Sí, sí... lo que pasa es que...
No le olió a nada bueno aquella interrupción en medio de la frase.
"¿Qué tiene, Marta?" "¿Por qué está pálida?" "¿Será que la mamá... o el padre...?"
¿Qué pasa, Marta?, preguntó, al fin.
Mira, lo he pensado bien y no me quiero... no me quiero casar más.
Aquella respuesta le cayó encima como un balde de agua fría.
"Tiene otro, con seguridad" "¿Será un compañero?" "A que tiene auto nuevo, el hijo de puta".
¡¿Acaso tienes otro, es eso?!
No.
¡¿Un compañero de trabajo, el novio que tenías antes?!
No.
¡Qué, tiene un auto auto, o mejor, tiene plata!
No, no es nada de eso... lo que pasa es que... es que...
¡Dale, desembucha todo de una vez!
Lo que pasa es que... es que descubrí que no te quiero.
Cuando alguien dice "no te quiero", no hay vuelta que darle ni con qué hacerle. El "no te quiero" será definitivo e inapelable, y cualquier pregunta que se haga no encontrará ninguna respuesta.
Él miró el departamento a medio amueblar y lo imaginó cómo se hubiera visto esa misma tarde, con el resto de los muebles que hubieran ido a comprar juntos, y lo imaginó dentro de una semana, abrazados como hubieran estado en el sofá de color beige que habían visto en la tienda del centro ayer por la tarde y el cual habían combinado comprar hoy, y también lo imaginó dentro de un año tal vez, cuando hubiera nacido el primero de los tres hijos que pensaban tener. Pero estos pensamientos se los guardó para sí.
Empezó a sentirse sofocado, necesitaba respirar aire fresco. Necesitaba, sobretodo, olvidar.
Segundos después un "nooo...", bien alto y prolongado, salió por la ventana y se desparramó por toda la cuadra y detrás, un "¡Dios mío!", claramente gritado por una voz femenina, rasgó la mañana. Una mañana donde un gran amor que pudo haber sido pero no fue, yacía desangrando en la vereda mientras un tardío gotear de lágrimas, quizás de arrepentimiento, encharcaba su cadáver.
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