EL DERECHO A LA DIFERENCIA

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Hace unos años que fui cn mi padre a Galicia, pero antes nos detuvimos en la tan señorial como sobria ciudad de Castilla la Vieja Burgos donde a pocos pasos de la magnífica catedral de estilo gótico que data del siglo Xll había un restaurante en el que nos adentramos para almorzar una buena ración de carne de cordero asada, y junto a nuestra mesa había una mujer joven muy escuálida dispuesta a zamparse una enorma pata de dicho animal que parecía ser más grande que ella."¿Ya le cabrá esta comida en su estómago?" - pensé yo.

Mientras nos servían aquel refrigerio la dueña del establecimiento que era una mujer de mediana edad, pero aún de buen ver; y también muy comedida nos preguntó:

- De dónde son ustedes?

- De Barcelona - respondí yo.

-Ah; muy bien. En realidad todos somos iguales - expresó ella de un modo formulista.

Entonces yo me sentí tentado a replicar a aquella dama que la palabra "igualdad" tal como se enfocaba en aquel momento encerraba un concepto de un igualitarismo gregario; de una uniformidad social que a mi juicio es una falacia. Se empezó por la Religión al decir que todos éramos iguales ante Dios, y por tanto debíamos de ser conducidos como un rebaño por los pastores eclesiásticos por un sendero de una moral bastante inconsistente, pero que desde entonces se ha seguido en la misma tónica masificadora y alineante a partir de la Revolución Industrial que ha generado un exagerado sentimiento consumista y estadístico en la sociedad, alentado por las instituciones políticas que a su vez han transmitido a la misma su sectaria doctrina. Ahora el dios ya no es un señor con barba y zpatillas que está en los cielos, sino que es el Mercado y la cerrada ideología política que retroalimenta a un ego patológico y agresivo en la gente.

Para este concepto de uniformidad social similar al de las hormigas, el matiz personal, la manera de ser de cada cual importa apenas nada, y el sujeto que siempre vive equivocado en su manera de afrontar la vida no se debe de preocupar en reflexionar con hondura por nada ya que el poderoso "Gran Hermano"; es decir las élites del poder le inculcará reiteradamente a través de los medios de comunicación lo que debe de hacer y lo que debe de pensar. Pues es sabido que este hombre común que está frente al televisor en su casa se halla en un estado hipnótico de primer grado, y por tanto como no puede juzgar correctamente como han constatado los psicólogos conductistas norteamericanos, es susceptible de recibir a un nivel inconsciente cualquier sugestión por falsa que sea que se le quiera endilgar. En consecuencia el "Gran Hermano" estatal le impone al  espectador el demagógico discurso que le convenga, amparándose en el tópico de "libre expresión democrática".

Este proceder del "Gran Hermano" es equiparable a un mentiroso discurso que nos haga cualquier charlatán de Feria pero que al expresarse éste con grandilocuencia nos subyuga el énfasis de las palabras y nos tragamos el embuste, la propaganda, y más si dicha mentira viene de la élite del poder. Pues este poder irradia tal magnetismo que al hombre común sea tanto para venerarlo como para repudiarlo le atrae igual que la luz de una lámpara a los insectos y no puede prescindir de él. En este aspecto entra en juego la postverdad. Tal como dijo el ministro nazi de propaganda Goobels, una mentira  repetida una infinidad de veces se convierte en una verdad asumida por la sociedad.

A la sombra de  de este falso concepto de uniformidad social que desprecia y niega nuestra singularidad personal, que es la que en definitiva cuenta pero que ahora se dice que es una simple creencia, asimismo se ha puesto de moda la teoría de una mujer británica filósofa´en los años 70 llamada Judith Butler, la cual defendía la ambivalencia sexual. ¿Qué era eso de que a alguien se le ponga una etiqueta de masculino o femenino al nacer, o transexual? Esto eran barreras de género reaccionarias que se le imponían al ser humano, porque en realidad todos éramos mitad masculinos y mitad femeninos. Es decir, que según esta buena mujer todos pasamos por el mismo rasero igualitario y sobre todo populista que no hace distinciones de ningua clase, por lo que según ellos todos tenemos una endeble personaliad de quita y pon.

Sin embargo yo sostengo contra viento y marea que afortuadamente no todos somos iguales. Ciertamente existe una semejanza biológica en el ser humano que está vinculada al reino animal y que a su vez está enraizada en su compleja psicología de la que emerge la riqueza del lenguaje. Pero resulta que aunque los humanos nos movamos en las mismas condiciones vitales, culturalmente no somos iguales. Es evidente que en el mundo hay diversas culturas muchas de las cuales tienen unas creencias y tradiciones que nos chocan y nos son ajenas. De manera que el ser humano en cuestión está insertado en una cultura determinada que surge fundamentalmente del lugar geográfico en el que se halla, del paisaje y de la educación que recibe. No obstante hay que tener presente que el diferente, el otro existe y se le debe de comprender el derecho a la vida, a su plenitud colectiva e individual del mismo modo como yo que soy uno más en este planeta aspiro a que se me respete en mi singularidad personal y no deseo confundirme en una mayoría silenciosa.

Si nos remontamos a la Edad Media el hecho de que Occidente abrazara el Cristianismo - con todas las injusticias que acarreó- no dejaba de ser una expresión sacralizada de la idiosincrasia de una parte de la Humanidad- la occidental- que se diferenciba de otras maneras de ver el entorno. Y aún dentro de esta comunidad marcada por la cultura helenística y judeo-cristiana hubo y hay sus diferencias y matices como en cualquier aspecto de la vida. En un jadin hay flores y plantas de diversos tipos aunque todas ellas perenezcan al reino vegetal

En otra vertiente pienso que el hombre y la mujer existencialmente tampoco son uniformemente iguales. Pues los dos sexos conciben sus necesidades eróticas y afectivas de distinta forma, y por eso se atraen; aunque también por eso mismo surgen conflictos y dicha unión no es fácil de sobrellevar.

Otra cosa es que contando con la diversidad humana es que sepamos que la mente de la misma NO es en modo alguno una caja cerrada, sino que por el contrario es un marco abierto a nuevas posibilidades. El hombre es un explorador nato - o debería de ser así-. Y este espiritu aventurero le predipone a saber adaptarse a cualquier medio y a poder evolucionar.

Todo esto es lo que me hubiese gustado decirle a la dueña de aquel restaurante de Burgos. Pero me callé y seguí comiendo la estupenda pierna de cordero asado.


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