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Aquella fue una de las primeras calculadoras científicas de marca «Casio» que llegaron a España. Resulta irónico que el invento de un español (Torres Quevedo) trajera las instrucciones solo en inglés y japonés. Los fabricantes de entonces imaginaban que en Europa casi nadie utilizaría su sofisticado producto y por tanto obviaron incluir otro idioma.

El día que llegó a su casa procedente de las Canarias fue todo un acontecimiento. Todos querían pulsar las teclas de aquella útil herramienta que, por un buen rato, fue el juguete familiar. Desde aquel momento se convirtió en un objeto que utilizaba y cuidaba con esmero.

Acostumbraba a llevársela a la Universidad donde cursaba segundo de Física. Beatriz era compañera suya. Desde primero, ambos eran parte del grupo de estudiantes que se reunían tras las clases para repasar los temas dados. Poco a poco pasaron a ser algo más que compañeros.

El profesor de Química Orgánica impartía sus clases de forma tediosa. En apariencia carecía de todo apasionamiento.

Una mañana citó a su despacho a Luis con una propuesta del todo absurda. Pretendía que interrumpiera su relación con Beatriz y que tratara de «cedérsela» a cambio de unos puntos extra en la nota final del examen final de su asignatura. Aquello sorprendió al estudiante. Primero lo consideró una broma y luego pensó que el profesor había perdido el juicio. Era intolerable una oferta como esa.

Luis se negó. Ante la insistencia del profesor, comenzó a reírse de él aludiendo a sus muchos años. El catedrático empezaba a enojarse más y más a medida que el estudiante aumentaba sus risas. En un momento de locura, tomó un abrecartas que se encontraba sobre la mesa y lo hundió en la garganta de Luis que cayó al suelo. Murió desangrado a los pocos minutos.

Urdió una historia que le eximiese del crimen y llamó a la policía que acudió con celeridad.

—Lo vi, señor comisario. Vi a un sujeto correr cuando me dirigía al despacho. Llevaba las manos manchadas de sangre. Es posible que todavía este en el centro.

Era un suceso extraño en una ciudad no muy grande. El prestigio del profesor no podía ponerse en tela de juicio.

Mientras procedían a levantar el cadáver, del bolsillo del muerto cayó  una calculadora al suelo. En la pantalla cuatro números:

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Durante meses el caso se encontraba estancado. La sociedad se había negado a cuestionar la versión del catedrático. La sociedad, pero no el policía.

Hacía poco que trabajaba en la localidad y no estaba contagiado con la corrupción y el silencio del lugar. Hizo muchas entrevistas y descubrió la verdadera naturaleza del docente. Se trataba de un hombre poderoso y obsesionado con las jóvenes. Todos los abusos de los que fue responsable eran convenientemente acallados con dinero o amenazas.

Le costó mucho vencer la presión que le impedía desarrollar su trabajo.

El profesor fue interrogado de nuevo. Se derrumbó y al final confesó su crimen. Resultó condenado en el juicio.

Pocos meses más tarde, estando en su casa, el policía recordó los cuatro dígitos en la pantalla de la calculadora del asesinado. Sin saber por qué lo hacía, los tecleó en su «Casio»:

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Después de unos instantes la dejó sobre la mesa. Cuando iba a marcharse dio una última mirada al enigmático número y fue cuando lo descubrió. Las cifras así dispuestas en la pantalla de una calculadora vista del revés parecen decir «LIES» que en inglés significa

                                                                «MIENTE»


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