La joven de rostro pálido y melena rubia entró en la alcoba del castillo descalza, vestida de blanco... y nerviosa.
Había visto a su marido por primera vez aquella mañana, en la breve y austera ceremonia de casamiento. Luego, por la tarde, en el salón donde se celebró el banquete, el intercambio de unas cuantas palabras acompañadas por una sonrisa impersonal.
Había estado preparando este momento desde hace semanas. Le hubiera gustado haber podido hablar con él antes, saber que tipo de persona era, qué pensaba... le hubiera gustado, al menos, saber a que se enfrentaba. Sería un tipo rudo y violento, la trataría con algo de cariño o sería uno de esos que muestran indiferencia. Sí, quizás indiferencia fuese lo mejor, así, por lo menos, el trámite sería rápido.
Sumisión y obediencia eran las palabras que más había oído durante los últimos días. El era su marido, su padre había tenido la enorme dicha de agradar al rey y este, como premio, había consentido en casar a su hija con un valeroso duque de treinta y siete años, solo quince años mayor que ella.
Recordaba, como si eso le hubiese ocurrido en otra vida, su negativa a ese matrimonio de conveniencia. Su padre había sido paciente con ella, había tratado de convencerla con buenas palabras. Pero ella, tercamente, había repetido su rechazo a los planes de otros, desoyendo las amenazas de castigo.
Castigo, sí, la habían castigado antes, pero en aquella ocasión había valido la pena. El era un chico joven que la había hecho reír y gozar. Como olvidar aquellos besos furtivos, como no recordar sus caricias, como no añorar su forma de hacer el amor.
En esta ocasión, la rebeldía había conllevado un castigo corporal más severo.Y todo para nada. Su padre se había encargado personalmente de ello y todo había acabado con la prometida en cueros sobre la cama, sollozando en parte por el escozor de las nalgas marcadas de rojo, en parte por el destino desprovisto de ilusión.
Hacía frío en la alcoba y las sombras que proyectaban las velas se veían amenazadoras. Ruido de pisadas, incertidumbre y al fin su esposo con ella, a solas, en la habitación. Su mirada entre curiosa y aturdida por alguna copa de más. Sí, ella también debería haber bebido más vino, pero ya era tarde para ello.
- Quítate la ropa. -
Obedeció.
Lo siguiente que notó sobre su piel desnuda fueron las asperas manos de su señor.
Espero unas palabras o al menos un beso tierno. Pero su espera fue en balde.
Su señor la puso de espaldas y la empujó sobre la cama.
Lo que vino después fue tan impersonal como esa primera sonrisa.
Al menos fue rápido.
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Epílogo
El matrimonio duró dos meses. El valiente esposo resultó alcanzado mortalmente por una flecha enemiga. Pasado el tiempo de luto, la viuda fue desposada con otro hombre. La fortuna quiso que este nuevo caballero, menos audaz que su difunto esposo, apreciase a su mujer. La leyenda cuenta que hubo respeto entre ambos, que tuvieron hijos y que incluso llegaron a amarse.
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