Mi jefe se llama Juan Fernández, pero para mí es “Tiburón” por ser un depredador nato. Es el más grande en su actividad de venta de todo porque se atreve donde nadie. Sus lemas son dos, el primero: compra bien, el segundo: siempre hay alguien necesitado de lo que tú tienes, búscale y haz negocio con él. Empezó con las subastas, pero pronto paso a otras cosas porque aquello se le quedó pequeño. Se mueve igual en espacios físicos y venta directa como a distancia a través de Internet. Tiene un grupo importante de personas detrás que cumplen escrupulosamente sus órdenes, es el gran jefe.
Tengo el sueldo de uno de sus gerentes, pero sólo soy su recadero, estoy pegado a él todo el rato y le enciendo el puro, le sirvo güisque, le alcanzo el móvil, le encargo cosas, soy en definitiva su persona de confianza. Siempre fue así, pero un día un mal encarado lo quiso rajar y yo le protegí con mi cuerpo, el tipo se lo quería cargar a él y no a mí, cambio la dirección del cuchillo y tan sólo me hirió en una pierna. Con aquel gesto ascendí en su valoración. Tan pronto curé volví a su lado y sólo me preguntó ¿Cómo estás?, le dije bien, y desde entonces soy como su sombra. Oigo sus conversaciones, conozco cada uno de sus gestos y sé su reacción ante cada situación.
El mayor de sus hijos, Carlos, se le casó joven con una dominicana de ojos grandes, tez pálida y culito respingón o empinado. Desde hace tiempo observo como la mira de continuo y se gira y la sigue con los ojos. Lo hace con disimulo, evitando ser descubierto y nadie parece percatarse de su interés. Ella anda siempre como perdida o desorientada en una casa tan espaciosa. Al “Tiburón” lo he visto en acción con mujeres y no se anda con chiquitas, es de los que atropella cuando quiere levantar una falda. Tiene el tirón del arrojado y lo sé porque lo he visto en plena faena, para él soy como parte del decorado, ni me tiene en cuenta cuando no me necesita. Cuando aparece su nuera se le cambia siempre el gesto y ella ni se entera. A él le excita sobremanera su presencia y aprecio cuando queda cautivado en algunos de sus movimientos. Al marcársele bien su culito altivo se le acelera el pulso. La niña tiene encanto y lo sabe, se mueve con un ritmo distinto a las demás y sus piernas le acompañan, las tiene contorneadas y firmes como dispuestas a saltar una valla.
Él ya está alcanzando un punto de obsesión y ha dejado de verla como nuera (estoy seguro). Le arde en su interior una llama a modo de tea intermitente, que se apaga cuando ella se va. Un día la sorprendió sola en una de las salitas, el lugar era tan propicio que se alteró mucho, tanto, que no midió las consecuencias y la asaltó como un bandolero en plena sierra. La sostuvo firme y la puso en posición adecuada, después no tuvo piedad alguna. A ella la oí gritar a la vez que agitaba los brazos, luego se entregó y sus gemidos de placer se hicieron eternos alterándome hasta volverme loco. A partir de ese momento es ella la que le busca con desespero. Él le aguarda en el mismo sitio y allí la he visto enloquecida abriéndose a todos sus juegos libertinos.
Han empezado un juego de complicidad que me alerta. Es habitual que toda la familia en bullicio ocupe las estancias principales, hablan alto, ríen confiados, no hay recato o prudencia, están en familia. Él la observa en la distancia y ella hace giros perversos con su cuerpo hasta llevarnos a ambos a la excitación. Se hacen una señal y los dos desaparecen, yo junto a él todo el rato, detrás como perrito faldero. Antes de llegar ya se toca la bragueta, se siente en plenitud. Ella le espera de espalda apoyada en la mesa con la falda levantada, la miro por detrás de él con deseo, su culo desnudo es una llamada al todo y él se lo da de primera. La embiste sin contemplaciones, de nuevo oigo sus gritos iniciales de desespero y luego la entrega más absoluta. Estoy pendiente de cuanto ocurre en toda la casa, nadie puede aparecer de improviso y sorprenderlos. Y a la vez percibo como la lleva del dolor al gozo sin permitirle concesión alguna. Termina y sale alardeando de rabo, se para en la puerta y me mira por primera vez, me muestra con la sonrisa la sensación de seguridad que yo le ofrezco, está en plena confianza.
Cuando ambos aparecen de nuevo en la zona viva el ritual común prosigue, nadie aparenta apercibirles, pero soy consciente de que todos les han echado de menos. Los observo, necesito estar al tanto de cuanto acontece, en doña Adelina es difícil apreciar algo, es cautelosa como una india navaja, pero sus ojos no dejan de observar a cada uno buscando signos, yo la sigo en cada centímetro y como ella descubro dobleces y arrugas específicas, así como su fijeza en unas determinadas manchas. Carlos, el hijo, se siente abandonado, descuidado por ella, pero es incapaz de imaginar quien genera la actitud displicente de su esposa.
Tengo la habitación contigua a los esposos, mi jefe necesita tenerme cerca, es capaz de llamarme a medianoche para advertirme que le recuerde algo al día siguiente. También los oigo hablar, él lo hace fuerte sin titubeos y ella ya no se corta, ha dejado de sentirme cerca, también para ella he pasado a ser parte del decorado.
Doña Adelina está deseosa y runrunea todo el tiempo pidiéndole marcha y el “Tiburón” está colmado de todo apetito carnal y le llama al descanso, - Quiero follar, le dice ella voz en grito (adivinando con quién se le fue a él las ganas). De pronto llama en mi puerta (un golpe seco como siempre), salgo y me da una orden – fóllala.
Entro en la habitación y con la luz del pasillo la descubro en la cama con las piernas abiertas y una pelambrera asombrosa, dejó caer el pijama y la siento enorme. Me encaramo y ya encima la penetro con deseo, da un respingo, se percata del cambio y forcejea, tiene coraje, la tengo bien encajada y comienzo a darle con todas mis ganas. Es dura de pelar, se resiste la condenada, persevero con un deseo cada vez mayor, la martilleo adentro y afuera, luego me vuelvo voluptuoso y le hago giros imprevistos. La beso con pasión, entonces afloja sus brazos y los extiende a los lados y no tarda en gritar, está domada. Siento sus fuertes contracciones, se corre con ganas y desespero, me pide que no pare y acentúo la marcha, se siente otra y me lo dice, me vuelvo loco y entro en frenesí la llevo de nuevo a la otra dimensión y le suelto hasta llenarla, llevaba tanto sin hacerlo que es como volver a la vida.
Cuatro horas después de marcharme ya estoy en su puerta esperando. Sale impasible, sin gesto extraño, le sigo y comienza otro día cualquiera.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales