El hecho era que si Natalia notaba que su vida se había estancado en una gris rutina, era porque a pesar de que ella era una mujer activa que siempre hacía cosas prácticas y se entretenía con las bobas historietas de la prensa del "Corazón" era porque ella despreciaba olímpicamente las actividas culturales relacionadas con la espiritualidad humana. ¿Para qué romperse la cabeza? - pensaba ella-. Parecía que el concepto de la libertad democrática fuera el marco idóneo para desarrollar a la frivolidad y a la ignorancia sin ningún rubor. Pues Natalia no sentía curiosidad alguna por nada, ni por supuesto tenía ninguna afición.
Más de una vez alguna amiga la había instado a que practicase alguna actividad creativa, pero ella había rehusado tales propuestas con displicencia porque le parecían que eran meras distracciones sin ningún valor.
Una tarde de otoño Natalia se reunió con unas amigas en una cafetería en el centro de Barcelona para tomar un refresco con un trozo de pastel y salió el tema de los programass de la televisión de la prensa del "Corazón".
- ¡Mirad que éxito tienen estos prgramas! - dijo la amiga de más edad que era una dama con cansas y de robusta complexión- Hace ya muchos años que duran en antena. Se los critica pero mucha gente los ve. ¿Y sabéis por qué? Porque además del morbo que tienen que engancha al público, las peleas que se producen entre los tertulianos son un reflejo de lo que sucede en el seno de bastantes familias y muchos se sienten identificados. Esta es la verdad. ¡Aaah!
-¡Bah! Pues yo no veo estos programas - expresó con un desdén fingido otra amiga de Natalia.
- ¿Estás segura de que no ves estos programas? - inquirió con ironía la señora mayor.
- ¡Psé...!
- Pues yo sí que los veo, porque me entretienen - se sinceró Natalia.
- Sí...ya...
Pero a Natalia aquella estética glamurosa de los personajes famosos de las revistas que ella de algún modo había asumido para dar a entender a los demás que su matrimonio era perfecto; pues las formas tenían más importancia que el fondo; es decir que dicho matrimonio era de los más felices que había, le servía también para no pisar el sucio charco social saturado de una insolente vulgaridad, que se expandía irremisiblemente en su propia ciudad.
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