Relatos Eróticos II. Jugando con su cuerpo y añorando otra piel.

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     Yolanda, venciendo su timidez, tomó la palabra. Fuera, había parado de llover, pero las nubes negras y el olor a humedad mantenían el hechizo.

"La brisa se coló por la ventana entreabierta trayendo el olor a mar. No muy lejos, las gaviotas, hambrientas, chillaban sobrevolando las olas coronadas de espuma.

   Silvia se encontraba sentada en el sofá. Calcetines de color naranja, Pantalones azul cielo cortos, camiseta sin mangas a juego con los calcetines que dejaba al aire dos brazos delgados y bronceados... Pelo largo, liso, negro... Ojos verdes, cuello delicado, pechos firmes de tamaño medio, complexión atlética, trasero pequeño, respingón... mirada pensativa, sonrisa indefinida.

  Un día más, estaba sola. No era amiga de fiestas, pero tampoco tenía apego por esa vida alejada de la sociedad. En ese momento, sí, en ese mismo momento, si pudiese pedir un deseo a la lámpara de Aladín, pediría un hombre. No, no tenía que ser el más fuerte, ni el más alto, ni el más gua... bueno, la hermosura, por pedir, pues se pide.

    Si estuviese allí un hombre, lo primero que haría sería darle un beso en la boca. El besarse era una de esas cosas que no podías hacer a solas. Sí, él la besaría en los labios y en el cuello, la punta húmeda de su lengua exploraría sus oídos, pero no se quedaría ahí porque ella, para entonces, ya se habría desnudado de cintura para arriba y sus pezones, erectos, habrían atraído la atención de su compañero de juegos. Sabía que no era lo mismo, que faltaba otra piel con la que entrar en contacto, otro latido y... sí, faltaba la llave que encajaba en la cerradura abriendo la puerta a un mundo de pasión.

    Aun así había que intentarlo. Se quitó la camiseta, dejó caer el sujetador y pellizcó su propia teta. Eso le dolió y excitó a un tiempo. Gimió, cerró los ojos, y empezó a masajear los senos.

    La temperatura de la habitación era perfecta, la mezcla de olores afrodisiaca y, sí, por fin una ventaja, la total libertad, la total ausencia de vergüenza, el saber que podía hacer cualquier cosa, emitir cualquier sonido, reaccionar, dejarse llevar sin ser juzgada por el otro. De nuevo la figura del otro, ausente... pero presente en cada pensamiento.

    Ahora venía la parte más traviesa y picante de aquellos tocamientos. La luz, ya escasa, sería ideal para un encuentro sexual, erótico, romántico. Un encuentro donde las siluetas y las sombras fueran protagonistas. Pero ella no quería eso, ella quería eso que le habían confesado muchos hombres, ella quería mirar. Después de todo estaba sola, no tenía nada que ocultarse a sí misma.

       Levantándose del sofá encendió la luz principal y se puso frente a un espejo de pie. A continuación se desnudó. Allí estaba su cuerpo, todavía firme. Giró y contempló el culo, pálido en contraste con la espalda y los muslos que habían recibido más sol. La piel lisa, algún granito que la hacía más imperfecta, más real. Luego se puso de frente fijándose en la tupida y cuidada mata de pelo que ocultaba la entrada a la cueva de las maravillas. "

Yolanda levantó los ojos del texto.

- Fin -

- Pero...¿ luego que pasó? - dijo Bea.

- Eso... queremos saber.

Yolanda sonrió.

- Mujer de pocas palabras... - comentó Jose.

- e intrigantes secretos. - añadió el otro varón.

- ¿A quién le toca ahora?


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