MASTURBATE MIENTRAS TE MIRO

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Pedro es amigo de mi hermano desde siempre, estudiaron juntos en el colegio y han mantenido la amistad, para mi familia es como de la casa. No sé si habrán tenido algo entre ellos en el tiempo, aunque no creo conociendo a mi hermano. Si lo hubiera habido seguramente habrían dejado de ser amigos.

No sabía que iba a venir a casa ni que había quedado con mi hermano. Cuando sonó el timbre de la puerta y vi que era él por la mirilla, le dije que esperara un momento que me iba a poner algo encima. Solo tenía puestas las bragas y una camiseta corta por encima del ombligo, quería estar cómoda porque me había puesto a ver porno en el ordenador y mejor estar preparada por si me excitaba lo suficiente como para hacerme una paja.

Me puse unos pantalones cortos de pijama y abrí la puerta. Pedro como siempre me dio un abrazo más de oso que de persona normal, siempre me decía que era como su hermana pequeña y cuando pasaba tiempo sin verme es como si me echara de menos. A mí me hacen gracia sus exageraciones para hacerse el simpático, pero él es así.

Pasamos al salón y le pregunté si quería tomar algo, me dijo que una cerveza y me fui a la cocina a buscarla. Al volver estaba mirando mi ordenador, le había dado al play donde yo había parado la reproducción para ir a abrir la puerta y en ese momento me di cuenta de lo que estaba viendo porque me miraba con cara de guasa.

Me gusta la película que estabas viendo. Es más, me encantaría sustituir al actor en esa escena – me dijo con cierto retintín. Eres un cotilla Pedro – respondí. Lo que yo estuviera viendo es privado y no tienes ningún derecho a cotillear mi ordenador – añadí con cara de pocos amigos. No te enfades conmigo cariño. Simplemente me he sentado en el sofá y me ha llamado la atención la imagen estática de la pantalla. Darle al play ha sido un acto reflejo y debo decirte que tienes buen gusto, esta escena es muy sugerente.

Me empecé a reír. Lo dijo como si fuera lo más lógico del mundo y encima alabando mi buen gusto.

Deja de mirar la pantalla que te vas a poner burro y no quiero escenitas – le dije. Pues no te creas, cinco minutos más viendo esta película y me tengo que ir al baño a aliviarme, porque seguro que tu no me dejarías hacérmelo aquí mientras sigo viendo la película. Puedes estar seguro de que estas en lo cierto, solo me faltaba ponerme a mirar cómo te haces una paja delante de mí mientras cotilleas mi ordenador. Pues lo que de verdad me apetece no es mirar lo que hacen unos desconocidos en la pantalla, lo que me gustaría es verte a ti haciéndote una paja. Seguro que no podría reprimirme y tendría que hacerme yo otra, eso sí que sería real – respondió riéndose.

Me quedé cortada y sin saber que responder. Sin embargo, me empezó a rodar la idea de calentarle sin dejar que culminase y le dolieran los huevos. Si luego quería hacerse una paja que se fuera al servicio.

Le dije que me hacía una paja delante de él con la condición de que ni siquiera se tocase por encima del pantalón y aguantara hasta que yo terminara, solo entonces se podía ir al baño a cascársela a solas. La verdad es que me ponía un montón pensar en masturbarme delante de él y que sufriera por no poder tocarse. Me miró fijamente, se acomodó en el sofá y me dijo que empezara, que era todo ojos.

Me metí las manos por dentro de la camiseta y empecé a acariciarme los pechos y no los perdía de vista intuyendo, qué no viendo, como me tocaba los pezones. Exageré el movimiento de las manos como si me los estuviera pellizcando, al tiempo que hacia gestos de dolor como si fuera un poco masoquista.

Se quitó el polo y se quedó desnudo de medio cuerpo para arriba. Protesté diciéndole que eso no formaba parte del trato y me saqué las manos. Me dijo que solo me había referido a los pantalones y ni siquiera los había tocado. El muy cabrón se había dado cuenta de no perdía de vista su pecho. Los pectorales marcados y una tableta de chocolate en el estómago que invitaba a pasar la lengua por la piel depilada.

Se puso a jugar con sus pezones. Él si que se los pellizcaba y los retorcía al mismo tiempo. Sin ser muy consciente de lo que hacía, me saqué la camiseta y empecé a imitarle en mis propios pezones. Parecía que a él no le afectase tocarse, pero yo estaba empezando a mojarme entre los muslos, el dolor y el placer me estaban empezando a hacer mella.

Por un momento pensé pedirle que se ocupara él de mis pechos para poder tocarme yo el coño. Ya estaba en un punto que poco me importaba lo que pensara de mí. Yo había empezado el juego y me estaba quemando, mientras él se mantenía frío e impasible.

Le pedí que me tocara las tetas y me dijo que no podía, se lo había prohibido y no pensaba aceptar ahora una rectificación por que a mí me interesara. Como si estuviera ofendido, se levantó y se marchó a la cocina. Al quedarme sola me metí la mano dentro de las bragas y dos dedos fueron directamente a acariciar el clítoris.

Pedro volvió al salón y traía en la mano una cuantas pinzas de la ropa. Se puso una en cada pezón y apretándolas estiró de ellas para impresionarme. Me preguntó si quería que me pusiera a mí una en cada pezón, pero sin tocarme con las manos, me recordó que lo tenía prohibido. Le miré, ya sin arrogancia por mi parte, y le dije que sí, incluso llegué a pedírselo por favor.

Me puso una pinza de punta en cada pezón y la presión era bastante soportable y placentera, me permitía jugar con las dos manos entre mis piernas. Lo peor fue cuando sobre cada una de las pinzas aplicó otra para que presionara más el pezón. Ahora si que el dolor era intenso y le pedí que me las quitara. Me dijo que no hasta que me corriera porque realmente estaba disfrutando. Me dijo que le sacara la polla, eso era lo único que yo no había puesto como condición.

Le obedecí. La verdad es que estaba tan excitada que no era muy consciente de lo que hacía. Se la saqué con una mano sin despegar la otra del clítoris y empecé a masturbarle mirando fijamente al capullo que cada vez estaba más amoratado. Me ordenó pajearle más rápido y lo hice. No me esperaba el chorro caliente en la cara y en cuanto se corrió él, el orgasmo estalló dentro de mí.

Me escocía un ojo y el sabor era salado. Me limpió la cara con un trozó de papel de cocina y después se limpió él. Se guardó la polla en los pantalones y me dijo que se tenía que marchar, que por favor le dijera mi hermano que no podía esperarle y ya le llamaría.

Me quedé de rodillas en el suelo y sentada sobre mis talones intentando comprender lo que había hecho y con unas ganas tremendas de más sexo. Fui consciente entonces de que tenía todavía las pinzas puestas. Con cuidado me las quité y descubrí que era más doloroso cuando la presión desaparecía. Me tumbé en el suelo y me hice otra paja.


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