El amor duele. Recuerdo en el parque.

          Los árboles, medio desnudos, se visten con hojas marrones y amarillas que caen melancólicas cada vez que el viento azota las ramas. El cielo lleno de nubes grises, amenaza con una lluvía que no acaba de llegar. La tarde avanza hacia ese punto en el que las sombras juegan a dar miedo. Aquí y alla las lámparas comienzan a encenderse creando siluetas artificiales. 

       De repente, un banco junto al camino de arena llama la atención de Carlos. Al principio los recuerdos son confusos, como si tratasen de ocultarse entre las sombras, como si quisiesen, con infinita misericordia, ahorrar el dolor que iban a causar, el peor de los sufrimientos, aquel que nace de la felicidad que ya no volverá.

        Pero antes de que la tristeza oprima el corazón de Carlos, unos minutos de felicidad. El paisaje se ilumina, los árboles se visten de verde y las rosas, como por arte de magia, colorean lo que hasta hace un instante era un inóspito rosal. El sol luce en el cielo, los pájaros cantan con orgullo y el susurro tintineante del agua de una fuente cercana, se mezcla con el arrullo de una voz dulce, serena, simplemente maravillosa, que el tiempo no es capaz de borrar. 

       Allí esta ella de nuevo, sentada a su lado sobre la cálida madera, más hermosa que nunca. Su rostro alegre, sus labios... sí, aquel había sido el primer beso, un beso que le había pillado por sorpresa, un beso de los que no se pueden olvidar.

         El viento vuelve a soplar y la lluvia comienza a caer borrando los colores de la primavera. Ha oscurecido y el otoño es de nuevo protagonista. Carlos siente un nudo en la garganta, quiere llorar pero no encuentra las lágrimas y en su pecho, a la altura de su corazón, nota que le falta el aire, nota que le falta el amor... y eso duele.