UNA FAMILIA HISTÓRICA 2
Por franciscomiralles
Enviado el 02/09/2021, clasificado en Cuentos
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-... Sí. Hay que aplastar cualquier tipo de rebelión, porque si empezamos a ceder, al final nos arrebatarán lo que es legítimamente nuestro. Aquí lo que realmente importa es el progreso del hombre en relación con la máquina. Ambos forman una unidad - continuó don Carlos, puesto que el hombre de principios del siglo XX con el descubrimiento de la máquina de vapor había entrevisto un mundo de posibilidades y sentía veneración por aquel hallazgo-. Nuestro cuerpo tanto físico como social funciona como una máquina diseñada por un Creador. Y a partir de ahí todo el mundo tiene que rendir al cien por cien. Mira, ayer mismo en la empresa el jefe de personal tuvo que echar a la calle a un buen empleado por haberse afiliado a un Sindicato; pero al mismo tiempo ha ingresado en la fábrica un niño de doce años para que trajine con las máquinas. ¡No se puede parar!
- Pues es muy posible que un día lejano con la evolución de las máquinas se pueda viajar a la luna; o que se invente un aparato a través del cual se puedan ver y oir cosas a mucha distancia de aquí como en la China - apuntó irónico Enrique Peña.
- ¡Hombre, no seas tan fantasioso jajaja! - rió el dueño de la casa.
- Pero sí que ahora se oyen cosas raras - intervino Concepción-. Me han dicho unas amigas que han estado en Inglaterra, que allí hay mujeres que quieren votar en la política igual que los hombres. ¡Desde luego que son unos marimachos! Porque el puesto de la mujer es pescar a un buen partido que la mantenga y dedicarse al cuidado de la casa y de los hijos.
- Claro. Mira, chico. Aquí si quieres que te respeten tienes que ser práctico y saber hacerte rico - dijo don Carlos con contundencia-. Estamos todos hartos de tanto discurso inútil de los políticos que todo lo enredan. ¡Salud y pelas, y lo demás son puñetas! Pero este sentido práctico y de orden lo he aprendido de mi padre que en gloria esté. Pues yo soy igual que él. Y quien reniegue de su padre es un mal nacido. ¿No crees?
- Oh sí. Por supuesto - corroboró el sobrino de don Carlos.
En aquellos años se consideraba que el tiempo era lineal e inalterable según la filosofía cristiana; razón por la cual se pensaba que el hijo para ser una buena persona tenía que parecerse al padre porque era el "hereu" (heredero) del patrimonio familiar, y la hija a la madre. Por tanto los padres lejos de inspirar confianza a sus vástagos ejercían un poder absoluto sobre los mismos, ya que tenían la convicción de que ellos les habían dado la vida y eran de su propiedad. A cambio los hijos tenían que estar supeditados a su voluntad y rendirles pleitesía. En consecuencia apenas se tenía en cuenta la mentalidad infantil por lo que en aquel tiempo triunfaban una serie de cuentos para niños de un escritor catalán llamado Folch i Torres cuyos relatos pretendían ser edificantes pero faltos de una alegre vitalidad; muchos de ellos eran de una tristeza apabullane, que sin duda era una influencia de la solemnidad de la Iglesia. Por ejemplo uno de estos cuentos era que un niño jugaba con sus amigos en la calle y de repente lo atropellaba un tranvía. Seguidamente los transeúntes al presenciar el accidente se lanzaban sobre el conductor del vehículo para darle una paliza, cuando dicho conductor descubría que a quien había atropellado era a su propio hijo. Es decir, dichos relatos iban a complacer más al señor mayor que era quien los compraba, que a los propios infantes.
- ¿Ves? En cambio mi hermano Bartolomé que es un tarambana y un rebelde, ya no ha querido someterse a la disciplina del Servicio Militar, y nuestro padre tuvo que comprar su plaza de soldado por una cantidad de dinero a un pobre diablo que no tenía donde caerse muerto que fue en su lugar - explicó don Carlos dando por sentado que su sobrino estaba al corriente de aquella injusta costumbre que favorecía a las personas adineradas en perjuicio de los más pobres.
Pronto llegó la hora del almuerzo y por supuesto Enrique Peña fue invitado a comer.
La señora Concepción era una excelente cocinera que obsequió a los comensales con un buen surtido de embutidos y vino rancio a modo de aperitivo, seguido de una sustanciosa "escudella y carn d`olla (un cocido típico de Cataluña) regado con vino negro y Enrique observó asombrado la avidez con la que su pariente devoraba aquellos alimentos.
- Mañana a última hora de la tarde iré a la tertulia sobre teatro que se celebra en el Café Suizo, así que vendré bastante tarde - avisó don Carlos a su mujer.
- Ah. Muy bien - respondió ella.
En aquellos años había muchas tertulias de todo tipo que se celebraban en diversos Cafés o bares que había en las Ramblas pero que se perdieron después de la Guerra Civil.
Mas cuando estaban en los postres llamaron a la puerta y al instante apareció una de las criadas para anunciar que Bartolomé, el hermano del señor, estaba allí y de súbito al matrimonio parecía que se atragantaba con la comida.
- ¡Otra vez! - se alarmó con fastidio don Carlos García- ¿Qué querrá ahora?
- ¡Echalo de aquí, Carlos que tu hermano viene a sacarte dinero! - le exigió su mujer.
- No puedo hacer esto. Compréndelo Concepción. Es mi hermano - se negó apesadumbrado don Carlos.
- ¡Que sí, que sí! Él es la "oveja negra" de la familia - insistió ella despiadadamente.
-¡He dicho que no, y ya está! Tú cuídate de la cocina y déjame a mí hacer - le ordenó autoritario don Carlos a su mujer y dando un puñetazo en la mesa-. ¡Aquí quien manda soy yo!
- ¡Fíjate lo que te digo Carlos! Si le prestas dinero al gandúl de tu hermano, esta noche en la alcoba ya arreglaremos cuentas - le amenazó Concepcion a su cónyuge mirándole fijamente a los ojos-. ¡Que se vaya y se espabile, caray!
Don carlos se sintió desfallecer y tan pronto como su mujer hubo desaparecido de escena el dueño de la casa hizo pasar a su hermano al comedor. Ni qué decir tiene que Enrique Peña se sintió muy violento ante aquela discusión familiar y en al acto pudo apercibirse que el tal Bartolomé era un hombre de un rostro surcado de arrugas en el que se advertía que vivía rozando la penuria, a juzgar por su reído traje de segunda mano, el cual venía con el ánimo totalmente abatido.
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