De la cabra a la señal WiFi

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Me pilló la policía robando una cabra. Y, claro, si robas una cabra, grande, hermosa, a plena luz del día, a veces (me ha pasado) la policía me pilla con la cabra a cuestas. A mí no me gusta robar de noche. Robar bajo la luz de la luna y cuando el diablo merodea por las esquinas y por las entrepiernas de algunas putas, es cosa de cobardes. Siempre lo he pensado. Yo con el sol rajando las piedras. Agosto, en paro, la cabra a cuesta, corriendo; los dos policías también corriendo, disparando a matar. La cabra riendo, riéndose de mí, hasta que la matan. 
Entonces dejo de correr. Dejo la cabra en el suelo y lloro. Los agentes se disculpan.
No queríamos hacerle daño a la cabrita, cojones. Queríamos matarte, eso es lo que queríamos, pero algo salió mal. El bache, los baches, que la gente ya no colabora. Todo el mundo grabando con el móvil pero sin echar una mano. Por ejemplo, los dos corredores que tenían cuerpo para matarnos a los tres; ni una mirada, ni un comentario, sudando y haciendo deporte como si no pasara nada. La mujer, ella también pudo hacer algo, qué sé yo, besarte y con la lengua ahogarte hasta que murieras asfixiado. Pero nadie, joder, nadie. Una muchedumbre corriendo con el móvil, grabando a la cabra muerta, a ti, llorando, a nosotros, de rodillas pidiéndote perdón.
Confieso lo de siempre: Quería la cabra para ir con ella de vacaciones a los fiordos. 
El año pasado la cabra que robé me acompañó a París.
He recorrido medio mundo con mis cabras: Roma, Tokio, Lima, Tomelloso. 
Es una mentira zafia y absurda eso que cuentan de que con una cobra no te dejan entrar al avión. Bobadas.
En un avión no te dejan entrar si apareces con Jorge Javier Vázquez, por ejemplo.
No te dejan entrar en un avión de Iberia si llevas encima dos mil kilos de aguacates robados en La Orotava. No te dejan pisar el aparato si tienes el Diario de Avisos para limpiarte el culo; El Día para hacerte pasar por un vendedor de la ONCE. 
Pero una cabra es la cosa más delicada del mundo. Modosita, tierna, sumisa, callada, con una mirada que lo dice todo: "Pero que bonita está Roma, con toda la mierda en las calles y el Papa Francisco leyendo el Manifiesto Comunista. Y Tokio, cada vez con más robots por las calles y menos gente de carne y hueso. Una ciudad que huele a futuro sin desodorante. Ay, Lima, gastronomía que merece la pena probar cuando te mueres de hambre y no necesitas usar la lengua francesa para que te ofrezcan una mesa algo limpia".
Me detienen. Me dan una paliza para que no olvide que robar cabras a plena luz del día es una cabronada que se paga recibiendo una docena de hostias bien dadas. Y me hacen pasar por la alcaldía para que escuche una reprimenda del señor alcalde en latín. 
En fin. Robar es malo. Quiero decir que robar cabras está mal. No hay que hacerlo. Nunca más.
De ahora en adelante robaré identidades. Decidido. 
Mañana, como siempre, el sol arriba del todo, me acercaré a un tío feliz, con buena salud, enamorado, rico y con apenas treinta años, y le robaré por la cara toda su identidad.
¿El alma?
Los tíos así no tienen alma.
Tienen señal WiFi.


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