Amnesia

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Me tocaba guardia aquella noche. Me despedí de mi esposa y fui en coche hasta el hospital. Al principio todo iba con el ajetreo habitual de urgencias: una fuerte reacción alérgica, un niño que se había tragado una moneda, un brazo roto….                                                

Entonces se abrieron las puertas e hicieron entrar a los accidentados.  Un hombre de mediana edad  con  varios cortes en cara y cuerpo no dejaba de preguntar por el estado de la mujer que lo acompañaba en el coche.

?Azucena ¿cómo está Azucena?

Con curiosidad me acerqué a ver a la herida. Estaba inconsciente y en parada cardiaca. Conseguimos que recuperara la respiración y las palpitaciones. Había restablecido sus constantes vitales, aunque seguía sumida en una anestesia natural fruto del tremendo impacto sufrido.

Estuve más horas de las que debería interesándome por la accidentada. Cuando supe que estaba fuera de peligro abandoné el centro.

No me dirigí a casa. Quise tomar un respiro y conduje hacia las afueras de la capital. En un parque, mientras me fumaba un pitillo, intentaba organizar los pensamientos. Salí del coche y comencé a caminar. No reparé en la figura que venía hacia mí y menos en el bate de beisbol con el que me golpeó el cráneo.

Ignoro cuánto tiempo estuve sin sentido. Cuando abrí los ojos me encontré en una granja. Una cara sonriente preguntó:

?¿Cómo se encuentra? ¿Cómo se llama usted? ¿A quién podemos avisar?

De las tres preguntas solo era capaz de responder a la primera

?Me duele la cabeza.

No, no podía recordar nada. No tenía cartera ni documento alguno que me ayudase a averiguar mi identidad.

Me contaron que debía haber errado durante horas hasta que caí delante de la granja.

Los propietarios de la finca eran un matrimonio mayor con su preciosa hija. Me procuraron toda suerte de atenciones mientras la cara recuperaba su volumen y color normales. A cambio empecé a trabajar en el campo porque no sabía dónde estaba mi casa. Seguía amnésico.

Irene, el ángel que cuidó de mí en tan dramáticas circunstancias, se desvivía por atenderme. Un día, al servirme un plato de sus suculentos guisos me preguntó:

?¿ Está rico?

A lo que respondí con toda sinceridad:

?Que yo recuerde, es el guiso más delicioso que he probado jamás.

Todos celebramos la ocurrencia.

Tampoco recordaba haber sentido algo tan especial hacia mujer alguna como el afecto que Irene despertaba en mí.

Pasados unos meses yo ya tenía identidad. Todos habían acordado que yo sería Pablo. Los padres de Irene estaban encantados teniendo con ellos a un hombre con la habilidad de hacer sanar las heridas de los animales y trayendo al mundo los becerros de las vacas de la granja. Incluso con las personas demostraba ese arte.

Al cabo de dos años tenía la memoria restablecida, pero mi nueva familia siempre ha desconocido este hecho.

Supe que un individuo me asaltó en un bosque, utilizó el bate y  se llevó el coche con toda la documentación. Nadie logró encontrar al médico desaparecido y al poco tiempo me dieron por muerto.

  Vivo feliz. Lejos de un agobiante trabajo y de una esposa que no supo esperar la salida de mi guardia y tuvo un accidente de coche con su amante que la llamaba:

?¡Azucena, Azucena…!


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