Era una cálida mañana de verano ella despertó al escuchar el cantar de los pájaros, se levantó y fue directo hacia su ventana para recibir aquel hermoso día con una sonrisa en su rostro, el cual se iluminaba con los brillantes rayos del sol. El solo hecho de escuchar de nuevo los latidos de su corazón y sentirse viva le hacía entonar de alegría aquella hermosa canción que su madre le cantaba cuando era niña; su voz era tan relajante como una tarde frente al mar y su mirada tan dulce, serena que inspiraba confianza y ganas de continuar la lucha a pesar de las derrotas.
Lentamente, recorría su alcoba con sus manos además de tersas como seda, tan blancas y puras como la misma nieve, eran su portal al mundo real, su conexión con la vida. A través del tacto podía discernir entre lo maravilloso y lo horrendo de todo su entorno y en su mundo cada sonido era representado como un color que solo ella podía diferenciar de otro, era además el eco de la voz de cada alma existente en el universo y a la que solo ella podía escuchar.
Cada mañana ella se levanta contenta al saber que está viva y puede disfrutar de su hermoso día con las melodías de la naturaleza y el aroma de sus flores, con la textura de cada pieza que invita a su pensamiento a imaginar un lugar perfecto en donde se sienta libre de sonreír. A lo lejos lograrás ver sus ojos brillar y pareciera que observa fijamente por la ventana, como si contemplara las maravillas del mundo, cuando en realidad para ella son solo tinieblas y sombras en donde las ventanas del alma están selladas para siempre.
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