La niña y el viejo
Por Cipriano Lorenzo de Ara Rodríguez
Enviado el 02/10/2021, clasificado en Drama
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La jovencita, blanca y delgada, con los ojos pequeños y de color almendra, se echó desnuda sobre la arena de la playa y abrió las piernas y se puso las gafas de sol y metió el chupete en la boca y dejó nacer una risa de melocotón.
El pelo del color de un malpaís al viento.
El agua fría quedaba atrás y yo caminaba hacia ella, quitándome el bañador y empalmado.
Me eché encima y la miré tan de cerca que olí a fresa por todas partes y así creí que ese y no otro es el olor del mundo.
Le quité el chupete de la boca y nos besamos.
Las dos manos metieron la polla en el conejo.
“Tus dientes, mi niña. Tus dientes muerden mi carne”.
“Todavía no, viejo”.
El escritor estropeado y sucio se aferró a la vida con miedo.
La tarde moría y el sol cambiada de color. El sol de los muertos.
Los granos de arena perforaban llenando las almas de dos cabrones revolcándose hasta meterse otra vez en el mar.
“Voy a morderte hasta que no quede una gota de sangre en tus ojos”.
“Eso, sí, acaba conmigo”.
“Pero no retires la polla. Y no te corras hasta que yo te diga”.
“Me muero, niña. Voy a correrme o a mearme. No sé qué será primero”.
“Quieto, viejo. Te prohíbo que hables”.
Me dejó tumbado boca arriba, moviéndose con más vida que las olas todas.
“Córrete ahora”.
Lo hice uniendo mi boca a la suya y pajeándome con la rabia necesaria para llenar el océano de vida.
Y cuando nos dimos cuenta éramos peces.
“Me muero, niña”.
“Estás muerto desde el primer beso, mi vida”.
Y me soltó y me hundí en un azul purísimo y luego negro y luego silencioso y luego, ya sí, vacío de todo. Infinito.
Apenas un segundo más tarde la niña había olvidado al viejo escritor.
Seguía desnuda.
Del bolsillo de una blusa sacó otro chupete. Y volvió a echarse, relajada, con las gafas puestas y observando un sol gigante y rojo que, sin embargo, también moría.
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