Incidente castrense

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      Año 1982. Lugar: Valencia, ciudad. Un soldado de reemplazo, perteneciente al arma de Artillería, con sede en el acuartelamiento Daoiz y Velarde, sito en Paterna, municipio al noreste de la provincia de Valencia, en traje de paseo (de bonito, en la jerga soldadesca), caminaba solo y tranquilo por la acera de una calle principal.

      Entonces, vio a lo lejos cómo se acercaba, por la acera opuesta, al otro lado de la carretera, una pareja de policías militares ataviados con sus inconfundibles cascos blancos, sus correajes blancos y su porra al cinto. Ellos también lo vieron a él. 

      (Los policías militares deambulaban por la ciudad e incluso se apostaban en la estación del ferrocarril a la busca de soldados que no guardaran las formas y/o el consabido decoro a la institución a la que pertenecían, al objeto de llamarles la atención o sancionarlos.)

      A unos metros de cruzarse en la distancia, los PM, así se los conocía, atravesaron de improviso la carretera en fila india, sorteando los vehículos que circulaban -poniendo en peligro sus vidas y las de los propios conductores, incumpliendo gravemente una norma que ellos mismos exigían cumplir a los demás-, e interceptaron al soldado, el cual se quedó algo estupefacto por la audaz maniobra.

      Uno de los PM, el que estaba adelantado, era el que llevaba la iniciativa; el otro permanecía atrás y en actitud pasiva. Tras el pertinente saludo militar, el primero observó al soldado de arriba abajo buscando alguna negligencia en el uniforme de invierno que llevaba, en el cual destacaba una gabardina beige, larga hasta la rodilla. Finalmente halló una y, acto seguido, dijo: "Tienes los zapatos sucios".

      ¿Era por la sutil capa de polvo? ¿Tan grave era eso? Algo normal si caminas por las calles, las cuales suelen estar polvorientas.

      El soldado, con una alteración mitigada, contestó: "Llevo andando una hora. Cuando salí del cuartel estaban limpios".

      Un razonamiento de una lógica aplastante que hizo desistir al PM en su acción correctiva, haciendo que se marchara, frustrado por no haber conseguido su objetivo; le siguió su compañero, el cual había permanecido todo el tiempo en silencio, como un convidado de piedra.

      

      

      

     

      


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