Julián estaba muy orgulloso de su colección. Todos los días daba un repaso a sus sellos pasando las hojas con sumo cuidado. Había estado en varios países en busca de algún ejemplar raro o de difícil adquisición. Los tenía ordenados por países y años. La temática era siempre la misma, la pintura.
Pero allí estaba el hueco insolente. El vacio de aquel sello que anhelaba le hería la vista. Había intentado comprarlo de mil maneras posibles pero sin éxito. Por fin, tras muchos años de búsqueda hoy tenía la oportunidad. Por internet, alguien ponía a la venta precisamente ese sello.
Se puso en contacto con él y acordaron reunirse en casa del vendedor. Con nerviosismo, sacó del banco una fuerte cantidad de dinero y decidió echarse al bolsillo la pistola como protección.
El dueño de la casa abrió la puerta y tras las presentaciones dejó pasar al comprador. El sello era magnifico, tal y como lo había visto en los catálogos. Cuando iban a cerrar la transacción, el hasta entonces dueño, viendo la ocasión de sacar un mayor beneficio pidió más, mucho más. Hubo protestas, gritos y por fin un forcejeo. El álbum con el sello cayó al suelo se escuchó una fuerte detonación. El vendedor se desplomó, Julián tomó apresuradamente el clasificador y huyó del lugar
Llegó a casa sudoroso. Mientras su corazón latía con fuerza, abrió el álbum para contemplar el fruto de su crimen. Creyó morir al descubrir que el sello estaba empapado en sangre. Jamás lo colocaría en su preciosa colección. Estaba tan abatido que ni siquiera oyó las sirenas que cercaban su casa. Todo había sido inútil
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