Matilde, tan joven.
Por Cipriano Lorenzo de Ara Rodríguez
Enviado el 22/10/2021, clasificado en Drama
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Hoy, por la tarde, alrededor de las cinco, más o menos, recibo la llamada de la doctora. Esa voz suya. Pita. Por teléfono pita. Qué te ocurre, dice, y le suelto lo de siempre cada mes, más o menos. Pastillas para no acabar en el Atlántico. Pastillas para dormir siete horas seguidas. Roncar. La boca abierta y que el mundo se vaya a la mierda y que yo no me entere, doctora. Hñagame el favor. Y que de nuevo tengo ganas de levantarme a mear por la noche y eso me asusta y me jode y hace que me arrastre todo el día. Pero ella con el pito en la boca me dice que lo de mear es normal si son dos veces, incluso tres. Intenta tranquilizarme, la pobre. Es buena. Es una médica blanca, gorda, con el pelo corto y una papada aquí, donde siempre están las papadas.
Me cambia las pastillas para andar zumbado gracias otras. Una al acostarte o un poco antes, y otra, ¡pero media!, por la mañana. Me asegura que son de puta madre.
La analítica completa con muestra de caca incluida para el 17 de noviembre a las ocho de la mañana. La última salió tan bien que la tengo con un marco en la biblioteca, al lado el careto de Jorge Luis Borges y el autorretrato de Caravaggio. Que ríe, el cabrón.
Yo creo que esta vez los resultados me condenarán a pajitas y poco más..
Y mientras escribo vuelvo a tener ganas de mear y seguro que echaré un chorro del carajo en el que deberían ahogarse los viejos demonios y la puta madre que parió a la próstata y la vejiga.
Me dice un amigo al que llamo para darle la murga que meo cada cinco horas, aproximadamente. Y él responde que cada tres. Pero que le importa una mierda si después mea a la hora o dentro de siete minutos. Que no lleva la cuenta de las veces que lo hace al día y que no se hace un análisis por lo menos desde que hizo la primera comunión. El cabrón es más viejo que yo. Y Parece un jardín inglés.
Enseguida me cambia de tema y habla de Wide.
Llaman a la puerta y es Matilde, con los cinco libros de Hesse.
Matilde estudia arquitectura y hace como tres meses era virgen, pero ahora es una amazona que se pasa horas comiéndome los morros y con mi polla en las manos. Yo adoro el cuerpo de Matilde, la inteligencia de Matilde, y a rabiar adoro la juventud incendiaria que arrasa con la vida de este viejo enfermo cabrón.
Lee las cosas y me dice qno entiendo nada, pero es un gustazo mirarte y saber que me miras, que te masturbas, que quieres follarme, que te gusta verme abierta de piernas y mi coño peludo respirando. Entonces suelta el libro y pone su coño en mi boca; ella de pie, hasta que se corre. Y se vuelve al sofá y lee.
Cenamos tortilla y bebemos cerveza que sacamos de la nevera que queda con la puerta abierta y yo mando cerrarla, cabreado. Ella me llama hijoputa y dice que no grite, que me lave la boca que apesta a piche, que si quiere se manda a mudar y no vuelve. La agarro por la cintura y muerdo su barriga. Le duele. Brota la sangre. Escupe en mi cara. Vuelve a escupir.
Tan joven que el poeta no siente remordimientos. No cumplas años, pido. Cumpliré los años que quiera y moriré cuando quiera. Mira que tetas, viejo mierda.
Sabe escribir. No se le da mal. Es mejor que la hija de un escritor que tiene esposas o ex esposas repartidas por medio mundo. La oigo por la noche en una radio con oyentes que odian y ella es Marguerite.
Me da a leer un cuentito y lloro. Es malo de cojones. Matilde está de rodillas mirando la calle y me enseña el culo. La noche llega. Cae a plomo. Comienza a llover. No follamos desde esta mañana.
Dejo los tres folios en una mesa con libros de Mann y Camus.
Me bajo los pantalones y me sacudo la polla que en un medio segundo está dura como el brazo del herrero de una novela de Delibes que no recuerdo el título ahora, coño.
Primero le como el coño y el culo. Oigo su risa. Pero ya no es risa. Se abre poco a poco y se rinde. Entro con fuerza. Sacudidas violentas, rápidas. Sudo. Ella pone las dos manos en los cristales de la ventana. Me mira. Escupe. Se corre.
Me corro y meo. Meo y lo inundo todo. Los libros de Man y los tres folios de Matilde veranean por el piso. Gratis total.
Seguro que el análisis me sentencia a muerte, pero mientras las pastillas me atonten todo el día y por la noche duerma como un tronco, ya puede seguir Gil de Biedma pasando la lengua por los baños públicos de Barcelona.
Tengo hambre, dice Matilde. Tanta vida en ella.
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