Un secreto bien guardado
Por Josep Maria
Enviado el 01/11/2021, clasificado en Ciencia ficción
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Mi amigo Juan siempre ha sido un hombre de guardar muchos secretos. Nunca ha revelado nada que considerara personal, ni siquiera a sus amigos, entre los que me cuento. Siempre nos ha tenido muy intrigados sobre su vida privada. Nunca le conocimos novia alguna. Hasta que un día acudió a una comida que habíamos organizado con una chica de la que nunca nos había hablado. Nos la presentó como Olga, una nueva compañera de trabajo con quien había conectado de un modo muy especial — nos dijo aprovechando que ella había ido al servicio.
—¿Y cómo de especial es esta conexión? — le inquirió Pedro, con una sonrisa libidinosa.
—¿Crees que estarás a la altura? Tiene pinta de ser una fiera en la cama —terció Ramón, siempre tan bruto, soltando una carcajada.
—Es guapa y simpática, espero que dure vuestra relación —fue todo lo que añadí.
—Olga es, es… distinta. No es como las demás —afirmó Juan, un tanto incómodo.
—Yo, vestidas, las veo todas iguales —dijo Ramón, volviendo a soltar una risotada.
—Dejadlo ya, sois unos cretinos. No sé por qué la he traído.
—Para darnos envidia, porque está realmente buena y como siempre nos hemos mofado de ti por no tener pareja… —remató Pedro justo cuando Olga volvía del servicio.
—Seguro que habéis estado hablando de mí —nos dijo, sonriente.
Supongo que nuestras caras y el mutismo general con algún que otro carraspeo, confirmó sus sospechas.
Desde luego, Olga era una chica muy especial. Aparte de su simpatía arrolladora, demostró ser muy culta e inteligente, algo que nos incomodó, pues no cesó de sacar a colación temas que puso en evidencia nuestra ignorancia.
Pero tras ese encuentro, Juan volvió, sin explicación alguna, a su secretismo habitual. No volvió a hablarnos de Olga a pesar de nuestros intentos. Parecía que se arrepentía de habérnosla presentado. Se limitaba a decir que todo iba bien entre ellos. Eso me intrigó. Llegué a pensar que habían roto y no quería que lo supiéramos, pues se avergonzaba de su revés amoroso y tampoco deseaba ser el centro de nuestras burlas o reproches.
Sin temor a equivocarme, a pesar de sus rarezas, siempre me he considerado el mejor amigo de Juan, de ahí que esta vez me preocupara por él de un modo especial. No era normal, ni tan solo para él, pasar de la euforia a la indolencia. Así pues, me dispuse a descubrir lo que fuera que le sucedía, costara lo que costase.
Como el día que nos presentó a Olga, esta nos contó dónde vivía, decidí presentarme en su apartamento para conocer de primera mano qué ocurría —si es que ocurría algo— entre ellos. Seguro que, si habían roto, me lo diría sin tapujos.
Cuando me disponía a cruzar la calle, parado enfrente de su domicilio, vi salir del portal a Juan. Se le veía bien, incluso diría que feliz. Supuse que acababa de visitar a Olga, por lo que ella debía estar en casa. Dudé. Si todo parecía discurrir con normalidad, ¿para qué hablar con ella? Si Juan no nos quería contar nada de su relación sería porque había vuelto a las andadas y había decidido encerrarse de nuevo en su caparazón hecho de secretos. Pero ya que me había desplazado hasta allí, ¿por qué no mantener una charla con Olga y contarle lo que me tenía intrigado?
Subí hasta el quinto segunda y llamé al timbre. Tardó mucho en abrir la puerta. Quizá no estaba presentable y se estaba vistiendo, pensé. Cuando por fin lo hizo, se extrañó de verme.
—Hola, ¿qué haces aquí? —me preguntó, intrigada. Parecía que la había pillado por sorpresa. Me olí algo extraño. Aun así, me invitó a pasar.
Cuando le dije lo que me traía hasta allí, acabó admitiendo que su relación con Juan no era una relación normal y que probablemente por ello no nos quisiera revelar en qué consistía.
—Si él no desea que lo sepáis, yo no lo voy a desvelar. Somos felices con la vida que llevamos y no hay nada de qué hablar.
No quise insistir, pero lo dicho por Olga me intrigó todavía más. ¿Qué secreto guardaba Juan sobre la naturaleza de su relación con esa mujer? Desde luego no era asunto mío. Aun así, perseveré en mis pesquisas y fui a verle con la intención de sonsacarle la verdad.
Siempre tan servicial, me invitó a unas copas. Si lograba emborracharle —pensé— todo sería más fácil. Mi plan funcionó. Acabó extralimitándose con la bebida y cuando apenas se tenía en pie, le pregunté qué tipo de relación mantenía con Olga.
—Sé que no es asunto mío, pero me preocupa tu comportamiento. Has vuelto a encerrarte en ti mismo y creo que tiene algo que ver con Olga. Si realmente me consideras tu amigo, cuéntamelo.
—Si tanto insistes —dijo balbuceando—, espera un momento, pero no sé cómo te lo vas a tomar.
—Hombre, Juan, si para mí eres como un hermano —Estaba ansioso por conocer su secreto.
—Júrame que no se lo dirás a nadie. Será un secreto entre nosotros.
Tras encerrarse en su dormitorio, volvió a aparecer al cabo de un buen rato. Lo que ahora tenía ante mí era un humanoide que habría espantado al más valiente.
—¡Eres un extraterrestre! —exclamé.
—Y, además, he acabado encontrando a mi media naranja. Olga y yo somos iguales. ¿Lo entiendes ahora? —me dijo, mientras yo me desplomaba en el sofá.
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