Snooker

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Se hace de noche tan pronto que. Me da que la enfermera del turno de tarde vive en Chato, el barrio donde nació Guillermina y donde trabaja y no sale nunca. Regresa del trabajo y le ha cogido al gusto a juntar palabras para, según ella, hacer mi vida más llevadera. Será puta.

Perdonen ustedes que no escribiera antes, pero la pastilla de color rosa, hermosa por fuera pero puro napalm por dentro, me llevó al hospital de aquí al lado con el cuerpo tiritando y los latidos del corazón como si subiera las tetas de Guillermina.

Me metieron de todo y, ¡ala!, de vuelta a casa porque en el manicomio chicharrero no cabe un alma por culpa del virus; aunque también hay mucho cuento allí dentro, que me lo asegura la enfermera de Chato y el tío negro ese de los cojones que pega que da gusto pero si está de buenas se gasta un humor de puta madre. Y varios locos de verdad que merecen un respetito también me lo aseguran. Palabra de ley.

En casa llevo casi cuarenta y ocho horas. La mujer me olfatea con temor. Y pone cara de madame Curie al fijarse en esta jeta que Dios me ha dado.

La niña, ya con veinte años, está callada y a la espera de una reacción medio rara que le sirva de excusa o de razón para mandarnos a tomar por culo.

Mi hija es una persona maravillosa que tiene una niña a la que quiere y cuida y para la que no quiere un abuelo borracho, loco, callado, errabundo y maltratador. Y no quiere una abuela maltratadora, borracha, puta y enemiga del agua fría y caliente.

Mi hija se parece a mi hermana Conchi. Ella vive abajo, cerca del muelle, en una casa antigua que los turistas fotografían. Llama muchas veces a casa para hablar con ella y para invitarla a comer, cenar, pasar el fin de semana. La anima mucho a escribir. La anima a dejarnos de una puta vez.

“Aquí hay sitio de sobra. Lo sabes. Vente. Baja ya. Ahora con el loco fuera la vida es un infierno. Y lo sabes. Vamos, mi niña. ¿Cuándo vas a dejar de cuidar de dos bichos?”

…………………………………………………………………………………………..

Digo si pueden encender la televisión para ver un partido de snooker. Semifinal del abierto de Inglaterra.

Se monta la de Dios.

Mi mujer coge una botella y la lanza contra la pared. Los cristales caen por aquí y por allá. De mi cabeza quito unos trozos. Se pone a llorar. Mi niña abraza a la hija y no parpadea. Clava la mirada en mí en busca de.

Quiero ayudarla. De verdad. Es lo mejor. Voy a empeorar y seguramente acabe matando a mi compañera esta noche. La quiero fuera de nuestras vidas. Pero si atisba el engaño no saldrá. Tengo que ser hijoputa hasta el final. Hay que responder al ataque con el Enola Gay. Y lo hago.

Ya en pie mi mujer corre por la casa y se encierra en el baño. Le digo de todo mientras aguardo a que la puerta de la calle se abra y se cierre con ellas dos fuera para siempre. Libres.

¡Sí! Ha sucedido.

Pongo la tele y veo el snooker.


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