En un país cualquiera. En la guerra de siempre.
Corrían por el barrio toda clase de rumores sobre él, malsano pasatiempo éste de la maledicencia fomentado quién sabe si por su cara marcada a navaja o por pecar de mirada huidiza: que si fue condenado por asesinato; que si era un traidor del bando enemigo; que si le gustaban los niños; que si… Yo contaba por aquel entonces diez años. Era impresionable e imaginativo, y cuando de la noche a la mañana desapareció mi amigo Manu junto a toda su familia mis pensamientos volaron ineludiblemente hacia Caracortada, como lo bauticé un día nada inspirado.
Instigado por la imagen de mis héroes de cartón piedra sentí la súbita necesidad de buscar venganza y así, sin vacilación alguna, me presenté en comisaría a fin de denunciarlo. El insano ambiente de guerra, tan proclive a buscar traidores y espías bajo las piedras, contribuyó a que me tomaran en serio en vez de despedirme con un capón y el tipejo fue ejecutado tras un juicio sumarísimo.
Mucho tiempo después me sorprendió ver a mi desaparecido amigo en un reportaje sobre aquellos tumultuosos años. Resultó que Caracortada formaba parte del movimiento clandestino que ayudaba a los perseguidos por el gobierno militar a ponerse a salvo al otro lado de la frontera, siendo la familia de Manu su última misión.
Mis buenas intenciones no atenúan el delito cometido. Soy culpable de la muerte de Caracortada y pagaré por ello hasta el fin de mis días.
B.A.: 2021
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