The FukBoy Vol. 8 Revelación

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Nada más llegar al gimnasio, FukBoy se colocó los cascos y puso a todo volumen un recopilatorio clásico de rap de los ochenta. Un recopilatorio tan antiguo que debía de tener incontables milenios a sus espaldas, pero eso no es algo que perturbe la mente de nuestro atolondrado héroe. El joven mulato se repeinó hacia atrás su estrambótica cresta a media cabeza con la mano, y subió la música a todo volumen antes de comenzar a caminar en dirección a los vestuarios.

—¡Quítate las gafas de sol aquí dentro, retrasado! —le gritó uno de sus compañeros de entrenamiento, con aspecto de no haberle puesto mucho ímpetu al mismo, pues en realidad está bastante gordo, y parece más estar allí por recomendación del médico que por voluntad —. ¡Te vas a tropezar con algo!

—¡Buenos días máquina! —Le deseó FukBoy manteniendo una estúpida sonrisa, y sin haberse enterado de nada.

—¡Súbete la bragueta idiota! ¡Que vas haciendo el vaina! —Le gritó un compañero, esta vez más en forma, de piel incluso más bronceada que la del mulato y una de esas camisetas sin mangas de las que te dejan ver más de lo que desearías, además, de un rosa chillón que pide a gritos que te fijes en él.

FukBoy saludó una vez más sin haberse enterado de nada. En cuanto llegó al vestuario, se tropezó con una mochila y cayó al suelo. Disimuló, se quitó al fin las gafas de sol y bajó el volumen de sus cascos. Incluso se dio cuenta de que iba con la bragueta bajada. Entonces se acercó a él un anciano de escaso pelo alborotado y grisáceo, el cual viste una estrafalaria camiseta amarilla con un torbellino rosado justo en el centro, que tan solo le alcanza hasta por encima del ombligo, más por su prominente panza que porque hubiera sido diseñada para ello, y unas mallas de la misma índole, que directamente sugieren: méteme en un manicomio y tira la llave. El anciano rascó su grasienta y descuidada barba de varios días y le quitó los cascos al joven mulato.

—Viejo…, ¡No me jodas! —Le pidió FukBoy mientras que observa temeroso como el anciano trastea con sus cascos.

—¿Qué no te joda? —Preguntó el anciano tal y como si estuviera buscando un poco más de respeto, con un tono de voz serio y profundo que, realmente no le pega en absoluto—. ¿Así es como hablan ahora los héroes federados?

—joder Jerry, no sé…, es que, esto sin música. ¡Vamos! El gimnasio está lleno de gilipollas, y aquí no hacen más que poner PowerFruk de mierda a todas horas.

—Lo entiendo chico. Cualquiera que tenga oídos y dos gramos de cerebro no escucharía esa música de mierda, pero, la máquina de bronceado ya ha matado a tres personas, y no por eso van a quitarla, así que… en fin. Si quieres que continue entrenándote, tendrás que poder escucharme.

El joven asintió desganado y acompañó al anciano directo a la banca de pecho. Al empezar a ponerle discos, los que no lo habían visto entrenar antes, sencillamente alucinaron. Veinte, cuarenta, sesenta, ochenta y hasta cien kilos en cada lado. Y eso era tan solo el calentamiento. Un crio de metro cincuenta que aún no había cumplido probablemente ni los dieciocho, pudo levantar aquel tremendo peso sin ayuda, hasta cincuenta veces. Y, en cuanto terminó, le añadió otros cien kilos más a cada lado de la barra. Si bien FukBoy había dejado que aquel anciano demente que en un principio pensó que era un loco de la calle que se hacía pasar por monitor del gimnasio lo entrenara, había sido tan solo porqué los cabrones de sus compañeros se lo habían recomendado. Sin embargo, en tan solo un mes de trabajo había pasado de no poder levantar veinte kilos, a casi poder con una tonelada, lo cual lo hizo cambiar su visión del anciano por completo. Lo que FukBoy no sabía, era que realmente aquel anciano era un loco peligroso que se había escapado de un centro psiquiátrico. E incluso los cabrones de sus compañeros habían empezado a dudarlo. El joven también había aprendido a correr tan rápido como el más rápido de ellos, e incluso podía pegarse a las paredes. Aunque probablemente aquello último no tendría nada que ver con su entrenamiento. Entonces, el techo del gimnasio se arrancó de cuajo y sus paredes se derrumbaron aplastando a prácticamente todo el que había allí entrenando. FukBoy, confuso, observó a su alrededor. El estallido del derrumbamiento había aplastado su sistema auditivo. Además, a penas podía ver con tanto polvo, aunque lo que si que pudo ver fue la rosada camiseta de su bronceado compañero.

—Borja Mari…, ¿estás bien? —Le preguntó parcialmente preocupado, antes de fijarse en que su maestro había sido atrapado bajo los escombros.

—Estoy bien pelo gallo —le indicó el bronceado personaje a la par que sacude pequeños escombros de sus rizos decolorados, justo antes de que una roca cayera sobre su cabeza, dejándolo inconsciente.

A FukBoy no le pareció que hubiera muerto por el impacto, pero, por lo más sagrado, juró que había escuchado eco al contacto de la roca con su cráneo. El joven mulato se dispuso a ayudar a su maestro, no obstante, tras escuchar algo sospechoso acercándose por el aire, decidió ocultarse tras los escombros. Entonces lo vio descender de entre los cielos con su esplendoroso uniforme militar totalmente ceñido, su brillante sonrisa que, literalmente brillaba, su pin, tal vez un tanto demasiado grande con la bandera de la ciudad, y una innecesaria capa con la misma bandera, que, según había leído el joven, le ayuda a maniobrar en el aire. HiperMan. El primer héroe del ranking de la ciudad y el décimo del país. Consolidado, poderoso, imparable y en pleno auge. FukBoy estuvo tentado de salir a saludar, pero, alguien le agarró del pantalón. Antes de darse la vuelta, aterrado, desde su escondite pudo ver como aquel “héroe” aplastaba la escombrera sobre su maestro, asegurándose de que realmente lo había matado después. Entonces miró hacia atrás.

—Ni se te ocurra hacer ningún ruido —le sugirió una voz molestamente familiar desde una alcantarilla bajo algunos escombros más.

—Tú eres… —alcanzó a decir el joven de la cresta de gallo sorprendido, aunque susurrando—. Eres la gata asquerosa que me robó la cartera…

—¡Tengo super oído y veo a través de las paredes, imbéciles! —les recordó HiperMan, antes de ser derribado por un poderoso cañonazo de plasma que lo alejó hacia los cielos, tras haber arrasado con el asfalto al menos a una manzana.

HoodMan apareció entonces. —¡Que te den por saco FachaMan! —Le gritó, antes de dirigirse a su pupilo—. ¡Rápido! —Le advirtió, más preocupado de lo que FukBoy lo había visto jamás.

—Pero si lo has desintegrado…, ¿tenías algo así?

—¡Que coño lo voy a desintegrar! Estará de vuelta en menos de un minuto. ¡Y tengo un montón de piezas intercambiables que aún no has visto! ¡Vámonos de aquí cagando hostias!

FukBoy miró de reojos a la reja del alcantarillado desde donde la chica le había agarrado la pierna. Probablemente estaba allí atrapada también. Rápidamente levantó los escombros y la sacó, entonces aparecieron una decena de mulatos idénticos a FukBoy, con diferentes peinados, modificaciones varias a simple vista, y un gesto menos… atolondrado.

—No-me-jodas… —alcanzó a decir el joven—. HoodMan, son como tú, pero más jóvenes y con pelo.

El ciborg agarró a los dos jóvenes, e inmediatamente, en lugar de ir en dirección al exterior, los sumergió en el alcantarillado, donde enseñó a su nuevo aprendiz otra de sus piezas intercambiables. Un par de piernas metálicas con amortiguadores, capaces de huir a toda leche. El ciborg destruyó varias paredes para continuar huyendo a través del alcantarillado, hasta estar lo suficientemente lejos como para parar. Por supuesto, había destruido con su laser paredes en todas las direcciones, para así confundir a sus perseguidores.

—¿Por qué hay tantos tús jóvenes y con pelo? —Le preguntó FukBoy a su mentor.

—Idiota, no son yos… son nosotros.

FukBoy dejó escapar entonces el qué con más es de la historia. —¿Entonces yo también me voy a quedar calvo antes de los treinta?

—En serio no te habías dado cuenta? —Le preguntó la chica—. Pero si sois idénticos.

El móvil de HoodMan sonó interrumpiéndolos.

—¿Quién es? —Le preguntó su pupilo mientras hablaba.

—Llaman del gimnasio. Todos han muerto. Borja Mari también.

—¡No! ¡Borja no! ¿Lo ha matado HiperMan? ¡Vengaré su muerte!

—Qué va, no fue él. Nada más salir de allí fue directo a la máquina de rayos uva. Pero puedes vengar al viejo loco ese que te entrenaba, ¿no? Supongo que también ha muerto allí.

—¡Había sobrevivido a diez sesiones esta semana! Un récord. Sí…, supongo que me tendré que conformar con el viejo.

—Bueno, los chicos nos esperan. Tendremos que escondernos un tiempo.

—¿Y qué pasa con ella? —Preguntó el pelo gallo refiriéndose a la chica ladrona.

La chica los miró con ojos de cordero degollado, y al fin le devolvió la cartera a FukBoy. —Lo siento —se disculpó de la manera menos creíble que ninguno había visto jamás.

—HiperMan la ha visto. Nos la tendremos que llevar.


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