UNA LOCA SALIDA

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Eran las ocho y media de la mañana y estaba sentado en la terraza de Casa María, en una esquina de la Plaza Mayor de Madrid. Vivo al lado, en la calle Bordadores, y me encanta bajar a desayunar nada más levantarme. A esas horas la Plaza no tiene nada que ver con lo que será a partir de las doce más o menos.

Estaba tomándome unos churros con un café con leche cuando se sentó en la mesa de enfrente, mirando hacia mí, una chica rubia, muy delgada y con los ojos azules. Desde que se sentó, solo retiró sus ojos de los míos cuando la camarera le preguntó que iba a tomar y pidió un café americano, el acento era inequívocamente yanqui. Nada más servírselo lo pagó y yo aproveché que estaba la camarera en la terraza para pagar también.

Sentirme tan descaradamente observado me estaba poniendo nervioso y decidí retarla con la mirada para que se cortase. Nada más fijar mis ojos en los suyos, bajo la cabeza hacia sus piernas y volvió a fijar sus ojos en los míos. Ya me estaba tocando los huevos y a punto de decirla algo cuando se señaló con el dedo índice hacia abajo. Mi mirada siguió su dedo y me quedé perplejo. Con la minifalda un poco subida y abierta de piernas se estaba acariciando el coño. No llevaba bragas.

Mi primera reacción fue mirar alrededor nuestro por si alguien estaba mirando. La verdad es que se había colocado de forma que solo yo podía ver su entrepierna y alguien que se acercara a mi mesa. Cuando giré la vista hacia ella movió la cabeza de nuevo hacia abajo. Se había abierto el coño con los dedos de una mano y se acariciaba con la otra. Estaba completamente mojada y los fluidos le chorreaban por los muslos.

Empezó a respirar agitadamente, con los pechos subiendo y bajando ostensiblemente al tiempo que se mordía los labios. De pronto se tensó en la silla y tuvo un par de espasmos al tiempo que se apretaba el clítoris con dos dedos, como si se lo pellizcara. Se relajó y al abrir los ojos me miró haciendo un gesto con los labios para decirme que había sido increíble. Se restregó los fluidos por la entrada trasera y se metió un dedo, bombeándolo un poco. Para entonces yo ya me había empalmado.

Se levantó y me hizo una señal con la cabeza para que la siguiera. Sin meditar mucho lo que hacía después del espectáculo, me levanté y la seguí. No anduvo mucho, aprovechó que una señora salía de un portal para sujetar la puerta y esperarme. Entramos juntos y nos dirigimos hacia el fondo del portal. Se paró delante de una puerta y hurgó en su bolso, alargó la mano hacia mí y me puso un condón en la mano. Se agarró al pomo de la puerta y puso el culo en pompa. Giró la cabeza para mirarme y me dijo que la follara, sin más.

Me saqué la polla y me puse el condón. Me arrimé por detrás y se la metí en el coño. Se retiró inmediatamente diciendo que por ahí ya estaba satisfecha, que la quería en el culo, bien dentro y moviéndome con rudeza. Si no me haces daño no voy a conseguir correrme de nuevo, me dijo.

Se la metí de golpe hasta la mitad porque no pude metérsela más, estaba demasiado seca. Me dijo que la sacara, se puso saliva en la mano y se la pasó por el culo metiéndose un dedo para lubricarse. Repitió la misma operación dos veces más y volvió a girarse para agarrarse de nuevo al pomo de la puerta. Le metí la punta con la intención de metérsela entera con un golpe seco de caderas, pero no me dio tiempo. Se echó hacia atrás de golpe y le entró casi entera. Ella se encargó de moverse hasta que le entró del todo.

Empecé a darla por el culo olvidándome completamente de donde estábamos, sin preocuparme de omitir los gemidos que me salían al friccionar la polla dentro de su culo. Ella por su parte pedía más en tono bastante alto, como si estuviéramos en un sitio privado.

No tardamos mucho en escuchar que había alguien al otro lado de la puerta. La voz preguntaba por quién había ahí y nos decía que nos marcháramos o llamaba a la policía. Ella le dijo que esperara un poco que la estaban rompiendo el culo y enseguida nos marchábamos. Hubo intentos de abrir la puerta desde dentro, pero ella tiraba del pomo para impedir que quien estaba dentro pudiera abrir. Cuando empezó a jadear sin cortarse un pelo, aceleré los envistes y cuando empezó a correrse me dejé ir e hice lo propio.

Se la saqué y me quité el condón. Ella en vez de incorporarse se giró y se metió mi polla en la boca. La succionó y pasó la lengua por el capullo con la intención de disfrutar de las últimas gotas. Se estaba incorporando cuando se abrió la puerta y apareció una mujer mayor en bata.

Empezamos a correr hacia la salida mientras nos gritaba llamándonos hijos de puta y diciendo que no teníamos vergüenza por ir a follar a su puerta y no dejarla verlo.

A ver quién me quita ahora la calentura a mí, hijos de puta. Fue lo último que escuchamos antes de alcanzar la calle.

Una vez en la calle se empinó lo justo para besarme los labios y se marchó sin decir nada. Yo volví a Casa María de nuevo, me pedí un café y reflexioné sobre lo ocurrido. No habían transcurrido ni quince minutos desde que la vi acariciarse el coño mientras me tomaba el desayuno.


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