Al principio lo pasé bomba en el viaje espacial. Abandoné la Tierra dejándola flotando en el espacio como una perla azul. Luego, me vi admirando a cada uno de los planetas. ¡Qué diferentes! Saturno estaba suspendido como una joya rodeado de sus anillos. Urano, con su anómalo eje de rotación. Neptuno, tan bellamente celeste… pero, sin duda, mi favorito siempre ha sido Júpiter. El mayor de los planetas escudriña todo a su alrededor con su enorme mancha roja que semeja un gran ojo entre un mar de franjas multicolores. Al llegar al Sol, la luz me cegó, pero pude admirar las volutas de materia que salían proyectadas al exterior. Acabé con un ligero dolor de cabeza entre mis cejas.
En el siguiente viaje transcurrió en el océano. Me sumergí en unas aguas limpias y añiles donde nadaba entre multitud de peces de colores. También había medusas que danzaban con elegancia mientras las algas se mecían con el movimiento del agua. De pronto, amaneció un tiburón. Abría sus mandíbulas mostrando filas de aterradores dientes. Empecé a sentir pavor, además, mi cabeza me dolía de veras.
Ya no aguanté más. Me quité las gafas. La magia del 3D se esfumó. Abandoné el cine sintiendo que el cráneo me iba a estallar.
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