LAND... LAND ROVER.

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EL PANADERO VAMPIRO Y LAND EL GUAPO.

 

Nada más verlo supe que aquel tipo era peligroso, en el sentido de que te podía birlar la novia en cuestión de minutos.

-              Su nombre- le dije.

-              Land- me contestó.

-              Land, qué.

-              Land  (titubeó)…  Land… Rover. Land Rover-repitió.

Lo que faltaba. Encima mentiroso- me dije a mí mismo. Pero seguí la entrevista como si tal cosa, aunque para mis adentros tuviera claro que a aquel tipo no lo iba a meter en la panadería ni aunque me pagasen por ello.

Regentaba- como se deduce- por aquel tiempo una panadería en Madrid. Era tahonero y así lo manifestaba a cualquiera que se interesara por ello. El éxito me estaba obligando a buscar mano de obra de apoyo y a tal efecto puse un anuncio en el Segundamano. No me interesaba el aspecto- aunque aquel tipo  era bien parecido-, sólo que supieran amasar bien.

 Pues bien; resultó que efectivamente se llamaba así, o, al menos, así constaba en su documentación. Fue tal el shock, que lo contraté. No sin antes hacerle una prueba, que pasó con creces. Era el mozo de tahona más aparente de todo Madrid. Una especie de Terence Hill del pan. No sé qué pintaba aquel extranjero de aspecto tan cinematográfico allí, y más trabajando en una panadería, y ganando un sueldo que apenas le daba para subsistir. Pero el tío amasaba bien y era diligente. Un día, la encargada de tienda tuvo que ausentarse por razones médicas, y le pedí a “todoterreno”- como lo llamaban sus compañeros- que se pusiera a vender pan, y fue tal el éxito que le di el puesto de vendedor. Desde entonces empezaron a acudir chicas- y chicos también- de barrios alejados de la calle del León- donde tenía instalado el puesto de venta-, ante aquel reclamo tan tentador.

En pleno barrio de las letras no era extraño toparse con figuras de relumbrón de la televisión y del arte en general. Un día pasó Almodóvar a comprar pan y le extrañó  que tal galán se dedicara a algo “tan prosaico”- así lo dijo- como aparentemente era despachar pan.

A la semana o así volvió por allí y estuvo hablando con él en la puerta. Con la privacidad que puede permitir hablar con alguien en la calle, pero la suficiente como para no enterarme yo de lo que hablaban. Desde entonces, espaciadamente, me pedía permisos y días libres- que luego compensaba los domingos y fiestas de guardar. El tipo era diligente y la empresa podía permitirse tal flexibilidad.

Otro día- bastante tiempo después- mi novia (si se podía llamar aquello así, más que nada por cuestión de horarios) me invitó a los multicines “ideal”. Y allí estaba Land. No podía dar crédito a lo que estaba viendo. En un film de Almodóvar, haciendo un papel secundario pero con frase, e indudablemente era él. Lo que es vivir de espaldas al arte- pensé. Resulta que teníamos en la panadería a un tipo con una doble vida- si era que aquello, también, se podía llamar así. Lo que me puso sobre la pista de los misterios de la gran ciudad, concretamente de Madrid. Pero lo que más me alucinó fue el título del film: el panadero vampiro y  Land el guapo. Era indudable que se habían inspirado en nosotros, en nuestra profesión en general. La película era por lo demás bastante surrealista en la que unos panaderos salían de sus sarcófagos por la noche, no con la misión de sangrar doncellas, sino con la de amasar pan. Mi papel lo hacía Antonio Resines y el de Land el propio Land.

En realidad una gran metáfora- pensé. Tipos que dormíamos durante el día y a los que apenas  nos daba  la luz del sol. Como Drácula, vamos, pero en lugar de en Transilvania en un despacho de pan de los aledaños del barrio de Alcalá.

 

 


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