Viaje al pasado

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       El camino, siempre en cuesta, ascendía rodeado de huertas, casas de madera tradicionales y algún que otro letrero escrito con caracteres "Han" o "Kan", lo que los japoneses conocen como kanji. El sol brillaba con fuerza, era finales de Julio y hacía calor. 

        Juan, vestía como uno más de los lugareños. Ciertamente los rasgos faciales eran distintos al resto, pero su dominio del idioma nipón, que había practicado durante años, era de gran ayuda. Por si esto fuese poco, el jefe del proyecto había insistido en que llevase un diminuto dispositivo casi invisible que le ayudaba a comprender y a comunicarse. 

      A unos metros de la cima había una casa para huéspedes.

Juan entró agradeciendo instantaneamente la sombra. 

- Bienvenido, ¿en qué puedo ayudarle? - Le saludó una joven vestida con kimono.

- Gracias. Buscaba alojamiento. 

         La chica, que no llegaría a veinte años, le observó durante unos instantes. Era obvio que no recibían muchos extranjeros por aquel lugar y que su dominio del idioma, aun siendo bueno, tenía un acento dificil de definir.

- Puede quedarse aquí. - dijo finalmente sonriendo. - No voy a engañarle, la guerra crea necesidad y cualquier ayuda económica es bien recibida.

- Gracias. Por cierto, ¿Cómo te llamas?

- Soy Takako, a su servicio.

- Yo me llamo Juan. Encantado de conocerla Takako san.

      El día siguiente amaneció nublado y pronto empezó a llover. La anfitriona había preparado el desayuno a base de arroz y alubias rojas. En la mesa dos cuencos y un juego de palillos.

- Itadakimasu - dijo Juan agradeciento la comida que iba a tomar.

       Takako comió con su huesped en silencio. El sonido de las gotas al caer creaba una atmósfera de tranquilidad. 

     Acabada la comida, conversaron. Takako era estudiante de medicina y soñaba con ayudar a la gente. En el futuro, contaba, gracias a la investigación y el desarrollo, muchas enfermedades desapareceran y yo quiero estar ahí para ayudar e investigar. Era increíble encontrar a alguien que, a pesar de vivir en una situación de penuria y conflicto, tuviera tanto optimismo. Pero Takako era mucho más que eso, le gustaba el arte y la poesía. 

         El día siguiente también fue lluvioso y en lugar de salir a explorar aquel mundo, el viajero optó por quedarse en aquella posada y hablar de nuevo con la muchacha. Compartir su aficción por la poesía y el arte y sumergirse en el encanto de su voz eran tentaciones difíciles de evitar. Poco a poco, la nueva pareja ganó en confianza y empezaron a llamarse por el nombre, desnudando la conversación de formalismos, lo que en aquel Japón era por si solo una declaración de amor.

     El beso llegó al cuarto día, fue algo natural. Estaban sentados el uno junto al otro, contemplando como la brisa acariciaba las hojas de un árbol, oyendo el murmullo de la naturaleza. Juan miró durante un instante a Takako, y la muchacha hizo lo propio devolviendo la mirada, un instante atrapado en el infinito y después, de alguna manera, sus labios se encontraron. 

        A partir de aquel día salieron juntos, bajando la ladera, visitando el puerto. El escenario, allí abajo, no era tan bonito. Rostros cansados que reflejaban la pena de, quien sabe, el marido, el amigo o el hermano caído en combate. Sin embargo, el amor, capaz de hechizar, hacía que nuestros protagonistas fuesen ajenos a la realidad. Sobre todo Juan.

      Y llegó el día de partir, el proyecto duraba lo que duraba, unos días. Días en los que había que evitar poner en peligro el futuro. Juan se había dejado llevar por su propio egoismo quizás. Pero ahora tenía que decir adiós. Se despidió de ella por la mañana, aunque no partiría hasta la tarde. Hubo lágrimas, pero no reproches. Takako, resignada, quizás ocultando sus sentimientos bajo una capa de indudable madurez, solo tuvo palabras de agradecimiento.

Juan despertó en el laboratorio NJ35. 

- Bienvenido a tu tiempo. - dijo el jefe del proyecto.

    Dos horas después, rodeado de compañeros, contó con pelos y señales su aventura, confesando el amor que sentía por aquella joven.

Los compañeros se miraron entre ellos, pero nadie dijo nada.

- Nos dejáis unos minutos. - intervino el jefe del proyecto.

     Juan estaba seguro de que le iban a llamar la atención por poner en riesgo el sistema espacio temporal.

- En la bolsa que tragiste había una carta. - le dijo su superior entregándosela y abandonando la sala.

Juan desdobló el papel y reconoció la letra de Takako. 

Al principio sonrió con melancolía.

Solo al principio.

Luego las lágrimas inundaron sus ojos.

"Querido Juan.

Gracias por todo. Me has hecho muy féliz en estos días y ahora, más que nunca,
ardo en deseos de ver ese mundo de luces que imaginas. Estudiaré, creceré, aprenderé para aliviar el dolor de la gente. ¿Y quién sabe?, tal vez nos volvamos a ver. 

Tu flor de cerezo,

Takako.

P.D.: Iré a ver a mis tíos. No te lo había dicho, pero tienen una bonita casa en Hiroshima. Llegaré el día 5 y pasaré unos días con ellos.

Kure, 3 de Agosto de 1945"


Epílogo

Esta historia y sus personajes pertenecen al mundo de la ficción. 

Pero lo que ocurrió después, por desgracia, no lo es. 

El día 6 de Agosto de 1945 una bomba atómica estalló en el aire sobre la ciudad de Hiroshima matando, se estima, a más de 80.000 personas instantaneamente y acabando con cerca de 150.000 almas en total durante el primer año, fallecidos en medio de los sufrimientos provocados por la radiación. El autor de este relato tuvo la oportunidad de viajar a Osaka, ver el memorial y leer opiniones y teorías. Como conclusión y opinión personal solo puedo decir que nada justificó, justifica o justificará usar algo así. Solo una palabra merece la pena. Paz. 


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