NO HAY EDAD PARA EL TIEMPO

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No hay edad para el tiempo, sino para el momento, y ella haciendo caso omiso de su edad, decidió que ese era su momento. Era el momento de sacar todo aquello que se había guardado durante años y que por cosas de la vida y ajenas a su voluntad, nunca pudo contar. Ahora sentía que que era la ocasión perfecta para hacerlo, para contarle al mundo todo aquello que había estado revoloteando por su cabeza durante años, ahora no había nada ni nadie que se lo impidiera, y antes de que los años o la vida misma no se lo permitieran, lo iba a aprovechar.   

Había decidido  reinventarse, ser una nueva o al menos una mejorada versión de si misma, había decidido ser y hacer todo lo que un día no pudo por la edad, por el encorsetamiento de la sociedad de su juventud, por las obligaciones de entonces y el que dirán. Pero eso ya no importaba, ya daba igual, ya no debía nada a nadie, ni tenía responsabilidad.   

Podía encerrarse en su misma, sola con su compañía sin necesitar en ese momento a nadie más. Decidió que en ese instante daría rienda suelta a su imaginación y ser su propio álter ego, sin ataduras, sólo ella misma y nadie más. No lo hacía con pretensión alguna, sino para no dejarse nada atrás, no quería que acabase siendo una de esas cosas que terminan por empolvarse en esa eterna lista de cosas que queremos o nos forzamos a hacer sin llegarlas a tocar, ni que quedase solo en unas fotos rasgadas y viejas que casi nadie volvería a mirar.   

Estaba firmemente convencida de que debajo de aquellas canas ahora medio teñidas y debajo de aquellas arrugas llenas de juventud, aún estaba esa inocente soñadora que un día, por joven, tuvo que callar. Hoy no, hoy ya no había nada que guardar, no iba a callar.   

En ese instante no era la de ahora, sino la de antes, esa chica loca e insensata, escurridiza como una gata, chica rebelde que a la que ninguno de sus mayores entiende.   

En el silencio  y la calma de aquella tarde y la tranquilidad de su hogar, ordenador en mano, se iba a soltar, iba a volar, volar alto, y a dejarse llevar, iba a perderse en sus recuerdos de ficción y realidad, sin mirar que era cada cuál. Volvería a sus años mozos, sus años locos que traen la edad y que con el tiempo a todos nos gusta recordar, años a los que si volviera, no haría mucho o nada igual.  

La vida, pensaba, es un relato y nosotros sus protagonistas, y así sus largos dedos, casi sin pensar, comenzaban a contar y a relatar todos esos momentos, hoy más nítidos en fotos de papel, que en su día vivió hasta tocarle el corazón y la razón, todas las conclusiones a las que llegó, las cosas que con acierto o no, decidió y todos los momentos con los que fantaseó, todo lo que pudo ser y no fue o no se atrevió a hacer. Sería el relato de su vida y la de quienes la acompañaron o se colaron y entrometieron en ella dándole voz y forma a unos sonidos hoy añejos y casi mudos. Era la vida de quienes llegaron y de quienes se fueron.

Son recuerdos de una vida que ya casi no parece suya, recuerdos de cada calle y cada esquina, reunidas en un solo camino que hoy son bonitos recuerdos en blanco y negro que perdurarían más allá de la edad y del tiempo.     


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