NO MIRES ATRÁS 1

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Al pasar Ramón Basas que era un hombre de cincuenta y siete años, frente a la fachada de un templo evangélico que había sido derruido por un bombardeo en la lejana Guerra Civil, que estaba situado en una amplia y secundaria calle del barrio barelonés en el que había transcurrido una  mayor parte de su vida y en la que un niño había dibujado con tiza una portería de fútbol para jugar con sus amigos en sus ratos de esparcimiento, esbozó una sonisa al evocar su propia infancia.

Recordaba que a primera hora de la mañana cuando pasaba por allí al dirigirse a la escuela, veía a dicha calle que desembocaba en el cuartel de la Guardia Civil envuelta en una fría niebla que se esparcía por entre las fábricas que circundaban aquel barrio ofreciendo una perspectiva triste y gris, la cual él la asociaba con la ingrata jornada que se le avecinaba representada en los cachetes y castigos del siempre antipático profesor de Matemáticas por no atinar con aquella enrevesada asignatura.

Sin embargo al mediodía todo había cambiado radicalmente. Se había despertado un cálido sol que alegraba aquel entorno y Ramón iba con su madre a una tienda de ultramarinos la cual estaba enfrente de la "portería" donde cada lunes se formaba un grupo de ociosos vecinos discutiendo acalarodamente del partido de fútbol que habían visto el domingo anterior. Y por otra parte, desde la calle se podía oler el tufo que emanaba desde algunas ventanas de las casas a guisos y a comidas varias que despertaban el apetito, mientras se oían de alguna Radio los vitalistas fragmentos de una canción italiana ganadora del Festival de San Remo perdidas en el aire, a la vez que unos niños se entusiasmaban jugando en las acercas a canicas; o merodeba algún perro famélico en busca de alimento.

                                                               "¡Volareee oh, oh...

                                                                 Cantare, oh, oh, oooh...!"

Seguidamente aquella agradable aroma de los guisos se veía reforzada por el que impregnaba aquella tienda con sus embutidos y los cafés almacenados en su interior.

Luego, al llegar los sábados a las diez de la noche, cuando Ramón pasaba con su madre al salir de un cine después de ver la película de terror llamada LOS CRÍMENES DEL MUSEO DE CERA la calle había adquirido un aire desertico y fantasmal, pues en ella no se veía ni una alma y su oscuridad era casi completa. Sólo unos farolillos de luz amarillenta iluminaban el afalto. De pronto, algunos pasos aislados dejábanse oír a lo lejos, y de entre las sombras surgía un viandante de incierto destino con abrigo y sombrero y con el rostro oculto en la oscuridad que se cruzaba con ellos. ¿Sería acaso el monstruo de la película? - se preguntaba Ramón temblando de miedo y arrimándose a su madre.

Como es de imaginar Ramón Basas se reconocía en cada uno de los rincones de aquella calle; era como si a través de sus edificios se recuperase así mismo; o lo que es igual a su yo más genuino y espontáneo que había quedado adormecido por los vaivenes de los años. Sin embargo aquel grato recuerdo formaba parte de un pasado que se reflejaba en la ya desdibujada "portería" cuyos vigorosos trazos estaban siendo borrados por el inexorable paso del tiempo.

Lo positivo era que en la actualidad el barrio sin haber perdido su personalidad, no por ello había dejado de evolucionar. Se habían creado más zonas verdes, se había prolongado la Rambla, y sobre todo proliferaban los bares, los restaurantes y los comercios de todas clases.

 Ramón Basas cuyo inquieto temperamento que le había llevado a viajar por medio mundo, hasta que se aposentó en Montreal (Canadá) donde le  salió la oportunidad de trabajar de administrativo en una empresa de maquinaria de coches, ahora por razones de salud había decidido regresar a su lugar de origen; y asimismo por azares del destino tuvo que volver al barrio en el que había transcurrido su infancia dado que un día casualmente, se cruzo en una avenida de Barcelona con la hermana del que había sido su entrañable amigo de juventud llamado Renato García que había sido el galán más encumbrado por las mujeres del grupo al que pertenecían, puesto que por aquel entonces él además de ser un apuesto estudiante de Derecho, sabía tocar la  guitarra como nadie canciones de Rock. Entonces  ella que vivía con su hermano Renato en aquel barrio había invitado a Ramón a pasar una tarde en su casa.

- Ven a vernos este sábado que Renato estará muy contento de verte - le dijo la mujer a Ramón mientras éste anotaba su dirección en el móvil. 

- Sí, claro que iré. A mí también me hará ilusión volver a ver tu hermano. Recuerdo que tocaba muy bien la guitarra - respondió él.

- ¡Uf! Esto ya ha pasado a la Historia - dijo ella con una sonrisa.

Así que Ramón tras haber dado un largo y nostálgico paseo por las calles de aquel distrito, se encaminó hacia el inmueble en el que vivía su antiguo amigo Renato García y cuando estuvo frente a él no pudo evitar de sentir una desagradable impresión ya que éste había degenerado considerablemente.

                                                            CONTINÚA

 

 


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