Nuestro amor fue como la limonada de café, frío, medio ácido y, definitivamente, una nueva propuesta a lo tradicional. Me gustaba pensar que éramos diferentes a todas las parejas, pero sólo fuimos un par de granos de café entre miles iguales.
Al igual que la limonada de café, ambos teníamos un buen aspecto para el mundo; pero el sabor caprichoso dejaba mucho a la expectativa. Así estábamos nosotros por dentro, con la amargura predominando en cada aspecto que parecía estar bien.
Un día me dijiste que debía educar mi paladar para disfrutar de sabores más complejos a los que estaba acostumbrada. Tuve que “educar” todo mi ser a una clase de amor muy diferente a los que había vivido; una clase de amor tan complejo que no se podía disfrutar aunque lo probara todos los días. Aceptar que no me gustaba la limonada de café, fue aceptar que mi limitado paladar estaba mejor con los sabores del limón y el café separados; así que hice un par de cambios en mi vida.
No quiero educar mi paladar, no me interesan los sabores complejos; si mi boca (mi ser) disfruta de lo simple, no le haré difícil el verdadero gozo.
No vuelvo a probar la limonada de café.
No vuelvo a probarnos a nosotros.
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