LA ORDEN
La señora Grinntrust, madre de Helen, se marchó de casa tras exclamar una última orden a su desobediente hija adolescente.
-¡Cuándo vuelva quiero ver la lavadora vacía, la ropa planchada y puesta sobre la cama! ¿Entendido?- ordenó la señora Grinntrust tras maquilarse brevemente y arreglarse el pelo.
Era una madre soltera, perdida en sus propios pensamientos y obligaciones en lo que respectaba, la educación de su hija. Continuamente le abría las puertas del hogar a hombres que había conocido durante las fiestas en antros que frecuentaba. Alcohólica, exenta de preocupaciones como trabajar con el fin de ganar un salario mínimo o hacerse respetar, al menos, por los vecinos. Sin duda, su hija iba a quedar, una vez adulta, como ella. Pero Helen sería pobre, sin un hogar tras la inminente muerte de su madre a causa de las sustancias tóxicas que solía ingerir. La señora Grinntrust poseía todas las comodidades de una familia trabajadora debido a la herencia de su marido, de lo contrario, viviría bajo un puente mientras su hija sería llevaba a una casa de acogida.
Cuando Helen escuchó la orden de su madre, y posteriormente el portazo, suspiró durante unos segundos y se tendió sobre la cama. Se quitó los cascos, apagó la música rock que solía escuchar y se incorporó. Una vez de pie, decidió caminar hacia el baño dispuesta a cumplir con su labor, aquel día se propuso darle una grata sorpresa a su madre. Abrió la puerta y observó el barreño azul colocado junto a la lavadora. Se acercó a él y le propinó una patada que exponía su rabia, luego se agachó y lo volvió a recoger. Comenzó a meter la colada en el barreño, mientras imitaba a la borracha de su madre, así descrita por ella ante sus amigos del instituto. Comenzó a decir innumerables barbaridades que jamás se atrevería a decir a la cara a nadie. Tras terminar aquella parte de la tarea, se levantó y se observó en el espejo con una mirada seductora; auto convenciéndose de que ella sería una cantante famosa una vez adulta.
Tras ella, y como producto de su falta de educación, la mano de una criatura emergió del barreño de la colada. Lo que se podría considerar una persona de facciones y cuerpo quemado, por describirlo de alguna manera, comenzó a salir del envase como si este tuviese un falso fondo que conectaba con algún lugar desconocido. El monstruo humanoide de cuencas vacías y cuerpo robusto fue visto por Helen a través del espejo. Ella se giró rápidamente y lanzó un grito pelado que todos los vecinos escucharían. Acto seguido, echó a correr, salió de la habitación y se encerró en su dormitorio; el pánico la llevó a meterse en el armario, sin embargo, la criatura no era estúpida y conocía su paradero. Helen, comenzó a sollozar silenciosamente, su respiración se cortó de súbito cuando escuchó los pasos de aquel monstruo deambulando en su habitación. De repente, tras un silencio que dictaba sentencia sobre la chica, la criatura atravesó la puerta del armario con su musculoso brazo, cuya mano, tras unos segundos de incesante grito, hundiría los ojos de la pobre Helen hasta que su grito fue ahogado.
Todos los actos tienen consecuencias, y la de los impuros, no son reconfortantes.
Hugo TM
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