SUEÑO ETERNO

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                                      SUEÑO ETERNO



Era verano, la estación preferida de todos los niños del mundo, !vacaciones!

Era un barrio de casas bajas y viejas.

Pipo salió de casa, el pasillo estaba fresco. Se oyó una voz que llegaba desde el soleado patio, al fondo. Era Lucia, ojos azules.

-!Buenos dias Pipo!

Ni siquiera volvió la cabeza.

Salió a la calle, recibió el calor y la luz del sol en su rostro, miró arriba y abajo buscando a sus amigos. No vio a ninguno.  Se puso a juguetear con un hormiguero, le extasiaba observar el ir y venir de las hormigas cargadas con la comida que las alimentaría en invierno. A veces, los amigos escogían dos especímenes, las más grandes que encontrasen, las quitaban las antenas y, juntando una con otra, comenzaban una feroz y descomunal batalla, sin saber ni contra quién ni contra qué luchaban.

Otras veces, raptaban un ejemplar al azar, buscaban entre los viejos ladrillos de los muros de las casas una tela de araña, y lo arrojaban hacia la pegajosa y atrapante sustancia de la que el animalillo, por más que luchara, jamás llegaría a liberarse. Seis, siete, ocho cabecitas hipnotizadas, ¡expectantes! Podrían esperar el tiempo que fuera necesario, -”tiempo”, no entraba en su vocabulario- para ver salir a la dueña y señora de ese recóndito e interminable remolino de tela, a la fría, malévola y asesina araña, la cuál, como si patinara sobre su enmarañada obra de ingeniería, rápida,..muy rápida, en décimas de segundo, liberaba al insecto de su trampa, y desaparecían en la oscuridad de la cueva.

En ocasiones, la araña era más grande de lo que se esperaban, y algunos, sorprendidos y asustados, daban un paso atrás, como para no ser los próximos elegidos por el insaciable arácnido, como primer plato en su menú diario. Otros, con una ramita de árbol, intentaban ser más rápidos que la araña y, antes de que alcanzara a su indefensa víctima, arrancar tela y araña de la pared, y lanzarlas al suelo, acabando con la vida de esa asesina inmisericorde, con un certero pisotón. ¡Eran los héroes!

Pipo levantó la mirada del laborioso hormiguero y vió a lo lejos a Adri. Había algo con lo que Pipo disfrutaba, -aparte de perseguir a los gatos- y era acompañar a su mejor y más leal amigo a una cercana fuente donde los vecinos que no tenían agua corriente en sus precarias viviendas lavaban la ropa.

Allí, en el suelo, se formaban pequeños charcos y siempre acudían grupitos de avíspas que los sobrevolaban arriba y abajo, posándose, libando el agua. Adri buscó por el suelo una página de periódico viejo.

-¡Ya sabes que esto es lo más efectivo!- Le comentó a Pipo.

La arrugó entre sus pequeñas manos, la mojó en la fuente, le escurrió el agua, -et voilá- ¡el arma perfecta! Siguieron con la mirada a la víctima elegida esperando el momento que se posara levemente..., gravitando, sobre el agua. Acechaban..., como felinos y..., ¡Zass! Adri lanzó el proyectil con fuerza, pero sólo, con la suficiente, como para anestesiarla. Levantó la bola de periódico mojado y verificó que la caza había sido un éxito. La agarró de un ala colocándola a la altura de sus ojos, la zarandeó, y comprobó que no se movía. Con suma delicadeza, apretó su abdomen hasta que apareció el temido aguijón y, con los dedos índice y pulgar, como si fueran las pinzas de un experto cirujano, lo extirpó, dejando desprovisto de su arma al peligroso animal. La depositó en el suelo seco, al sol, -ese sol que minutos después la devolvería a la vida..., la despertaría... de su  sueño eterno.

-Deberíamos haber puesto al abuelo al sol- Pensó inocente Adri.

-¡Vamos! ¡Corre Pipo!

Los dos corrieron hacia casa sabiendo que tenían poco tiempo antes de que la avispa despertara. Primero llegó Pipo, -siempre era el más veloz, más veloz que ningún chico del barrio, más veloz que los gatos- llamó Adri a la puerta con insistencia. Abrió mamá.

-¿¡A qué tantas prisas niño!? ¿Te estás meando o qué? Preguntó enfadada.

-No mamá... ¿!Dónde está el costurero!? ¡Rápido!

-¡Encima de la mesa , en el comedor! ¡Deja todo como estaba!- Gritó desde la cocina.

Era un costurero de madera, estilo Morgan, con varios departamentos. Adri lo abrió, -Pipo volvió a percibir el olor a tiempo, a madera vieja, a pasado- hurgó en el fondo y extrajo un carrete de hilo, arrancó una hebra larga y, sin perder tiempo se fueron sin decir nada a su madre, cerrando de un portazo.

Adi se golpeaba con la palma de la mano en el glúteo derecho a modo de jinete del Séptimo de Caballería, cabalgando de nuevo hacia la fuente. Cuando llegaron, la avispa empezaba a mover levemente una pata..., un ala, Adri la levantó del suelo y la ató un extremo del hilo a la finísima cintura, con sumo cuidado. Un ratito más al sol y comenzó a mover las alas con rapidez, elevándose hacia el cielo como una cometa, como un globo de helio. Seguían a la avispa de un lado a otro agarrando el hilo del otro extremo, recorriendo el barrio volando, a vista de avispa.

-¡Niñooo! ¡Adii! !A comer! Gritó su madre desde la ventana que daba a la calle.

-¡Creo, que aunque estuviéramos a dos kilómetros de aquí, oiríamos sus gritos! - Pensó en voz alta.

Aunque no les apetecía acabar con la aventura, era mejor obedecer, sabían que mamá era de zapatilla suelta, la mejor, la más rápida. Cruzaron el umbral del portal, el pasillo seguía fresco. Lucia, -al fondo en el patio, sentada junto a su madre en sillas de madera y asientos de mimbre, a la sombra- levantó la mano y les saludó. Adri, sonrojado, anudó el extremo del hilo al tirador de la puerta de su casa, dejando que la avispa tuviera cierta… ¿libertad? Podría decidir por ella misma..., si posarse en la puerta y descansar, o volar la poca distancia que la permitía la medida del hilo.

En todo caso, en poco tiempo, el insecto sucumbiría..., se rendiría, -¡esta vez ni con el sol..!- al sueño eterno.

Mientras esperaban a que mamá abriera la puerta, Pipo elevó la mirada hacia Adri, una mirada con una mezcla de orgullo, -por tener ese gran amigo- y agradecimiento, -pues estaba seguro de que era un sentimiento recíproco- una mirada cargada de cariño..., y le lamió la mano. El chico devolvió el gesto acariciándole con mimo la cabeza.

-¡Eres el mejor perro del barrio!- Afirmó Adri.

-¡Guau!- Ladró molesto Pipo.

-¡Bueno vale..., del mundo entero, no te enfades!- Rió.

Abrió mamá, y los tres se dirigieron a la cocina, Pipo bebió agua con ansiedad de su cacharro, Adri preguntó qué había para comer. Se fué hacia el comedor, Pipo le siguió. Adri se dejó caer en el sofá..., pensó en Lucia.  Pipo olisqueó su alfombra en el suelo, le encantaba su propio olor, giró tres veces sobre sí mismo, se tumbó de costado y apoyando lentamente la cabeza en el suelo..., pensó en gatos...Hasta rendirse al sueño.

Pero éste,... no será su sueño eterno.




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