Ya no recuerdo la última vez que me enamoré; juré no volver a hacerlo pero quizás los años y mi pequeña memoria han olvidado ese propósito.
Me veo frente al espejo y descubro a una adolescente desarmada y con el corazón latiendo a una velocidad más allá de lo permitido, mi mente proyecta tu imagen a todas horas; llegando la noche la imaginación se desborda; te imagino semidesnudo con esa perfección tan tuya, caminas por el salón lentamente hasta encontrar el dormitorio, una vez allí mis manos recorren cada palmo de tu ser; tus manos me siguen y ahora eres tu el que lleva las riendas, la cama se convierte en testigo callado de nuestro encuentro, el calor consigue dormirme hasta el amanecer; despierto somnolienta; descubro la realidad mientras se aleja la fantasía entonces comienza mi rutina: una ducha de agua fría, la ropa planchada sobre la cama, los zapatos negros que había comprado la primera vez que te vi, un desayuno con sabor a brisa marina y sal en los labios, suena el despertador desde la otra punta ¡dios mío que tarde es!, desconozco el lugar donde dejé las llaves del coche, quince minutos buscándolas, salgo corriendo derechita al ascensor; este no da llegado por lo tanto acabo bajando las escaleras, en el rellano me encuentro contigo como cada mañana; el desconocido vecino dueño de mi corazón y único protagonista de mis fantasías. Me miras a los ojos y sueltas una de esas sonrisas que erizan mi piel, ¡maldita sea! me digo mientras observo el reloj, me alejo corriendo porque si no lo hago ahora no lo haré nunca.
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