Lo supe desde el momento en que te tuve entre mis brazos por primera vez: nadie te amaría con la misma intensidad que yo sentía.
No llegaste a mí solo,
Te esperé un par de meses.
Te encontré en un bote de basura.
Te encontré en medio de la carretera.
Te busqué en un anuncio.
Te vi en la lluvia.
Te noté entre la gente que ignoraba tu pequeña presencia.
La vida, de algún modo, te trajo a mí.
Tu alma curiosa me cautivó hasta la ternura desde que te vi conocer el mundo. Mirabas todo con tanto asombro, le tenías miedo hasta a tus propias patitas explorando el suelo.
Siempre tuviste más energía que yo, las horas de juego te pasaban como minutos y no podías estar quieto ni un momento.
Brincabas de un lugar a otro.
Te revolcabas en el piso.
Pretendiste ser un cazador de pies.
Te sentías todo un agente secreto moviéndote sigilosamente por cada rincón de la casa.
Te convertiste en el mejor asustador.
No había mejor compañero de desvelo.
Muchas veces fuiste presa de lo que sentía por ti. Mi momento feliz del día era cargarte y hablarte agudamente hasta que te retorcías entre mis brazos rogando que te soltara. Hasta verte huir de mí, era divertido.
Hay un vacío inmenso en mi corazón desde que no te veo.
Estás lejos.
Andas por rumbos desconocidos.
Partiste.
Donde quiera que estés, sé que piensas en mí tan seguido como yo en ti.
Por ahora te recuerdo con tu mantita.
Con tu juguete favorito.
En los sillones marcados por tus garras.
Con todas esas fotos que te saqué mientras dormías.
Tus destellos de vida me acompañarán hasta el día que nos volvamos a encontrar.
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