LOS HOMBRES DE UN CLUB 4

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El caso era que Rosita sabía perfectamente que los devaneos de faldas de Ramón no tenían ninguna trascendencia, y además le traían sin cuidado, pero ella se había visto obligada a representar aquella dramática escena de celos, más que por el hecho en sí, por su orgullo personal en el que iba implícito el compromiso legal. Una cosa era lo que realmente sentía y otra lo que  se suponía que debía sentir, según las normas sociales esablecidas.

De manera que Rosita aquella tarde permaneció tranquilamente al lado de su marido sin mencionar para nada el incidente de la mañana y atendiéndole en lo que éste necesitaba como era la costumbre de muchas parejas en aquellos tiempos.

Ramón no tardó en reponerse del todo, y nuevamente volvió a solazarse en el emblemático Club donde contó a sus seguidores con una envidiable capacidad narrativa y con gran ingenio, pues era evidente que mientras hablaba se crecía cada vez más, su aventura amorosa en Valencia y exagerando algunos puntos eróticos con su amante Rosario, con el objeto de que los amigos de su grupo le admirasen cada vez más y así él poder engordar su vanidad. Lo cierto era que todos quedaban prendados de su don de la palabra. Sin embargo también se las daba de listo, de hombre práctico; y de estar de vuelta de todo, porque cuando se enteró de que uno de sus contertulios le informó de que iba a ingresar en un partido político, Ramón con suficiencia le dijo:

- Me parece muy bien chico. Así cobrarás un buen sueldo y serás un mandamás. Y eso de los ideales está bien sólo al principio pero enseguida se olvidan. Creeme, la politica es un chollo para unos espabilados que si eres bastante listo ya tienes tu futuro resuelto.

- ¿Así que tú no crees en los ideales - preguntó el otro ingénuamente.

- ¡Que va, hombre! Seas de derechas o de izquierdas, cuando uno sube al Poder se hace dueño de la situación, y se olvida de todo. Y mira. El Parlamento es puro teatro de cara a la galería. Es para unos cuántos soñadores empedernidos y ya está. ¿No lo sabías? Hasta los curas no creen en lo que predican.

Amadeo Vilalta, después de haber escuchado al sin par Ramón Ramoneda, se dio un refrescante chapuzón en la estupenda piscina, y luego se fue a tomar el sol junto a Fernando, el cadiólgo, con el que habló el primer día.

- Hola. ¿Qué tal te va? - le preguntó éste.

- Bien. Aunque aquí parece que los socios de este Club pasan de todo y que nada les afecta - respondió Amadeo.

- Te equivocas. Precisamente es todo lo contrario como con cualquier persona. Cuando venimos aquí no podemos eliminar nuestros problemas; ellos siguen estando ahí. Pero sí que nos desprendemos de la negativa connotación que tienen, que es el dolor que nos puedan causar y que nos impediría seguir viviendo en paz. Venimos al Club exactamente para librarnos, para paliar del dolor.

Y Amadeo Vilalta al fin comprendió a fondo la razón de ser de los hombres del Club.

                                                            FRANCESC MIRALLES

 

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