MUÑECA DE TRAPO

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Decían que callaba cosas, que había algo oculto detrás de su sonrisa, que tenía secretos, pero lo cierto es que los secretos la tenían a ella. Era presa de ellos, de su silencio, de la ignorancia y el deseo feroz de la gente a la que se debía y entregaba cada día. 

La miraban sin ver en aquellas fotos glamurosas y pomposas retocadas con photoshop, sin mirar más allá de aquella careta de color, convirtiéndola en su muñeca de trapo para jugar y jugar. Observarla, tener ante tus ojos una imagen que jamás habrías podido imaginar. Detrás de aquella sonrisa de portada, había una mirada triste, una mirada que quería huir y escapar. Pero, ¿escapar de qué?, ¿qué podría tener de malo aquella vida de oro, y de admiración?. Probablemente más de lo que nuestra infinita ignorancia pudiera imaginar hasta toparse con su no tan brillante realidad. Una realidad que trajo el sol del amanecer de un rutinario día de trabajo cualquiera.  

La trajo como de ninguna manera nos hubiéramos atrevido a pensar. En ella se veía una escena muy alejada de las portadas de mentira que nos venden por doquier. Sin magia ni color, no había vida porque una sombra oculta en aquella ficción, se la llevó.  

Aquella mañana fue un cruce con una vida y un mundo envueltos en una banalidad con la que ella quería acabar. Un mundo de lujos infinito que se antoja imposible incluso de interpretar, que resultó ser una pecera de tiburones hambrientos que la querían devorar. Cada vez querían más y más, querían tanto que por más que tuvieran, jamás se llegaban a saciar, un menú al que se sentaban cada día y que no tenía fin.

Ella era una máscara a la que todos querían maquillar, una muñeca de trapo con la que jugar. Al límite de todo y apunto de explotar, un día decidió acabar con esa máscara, quitársela,  romperla y tirarla para que nadie la pudiera usar. Dejaría de ser su muñeca de trapo, una muñeca de trapo con la que jugar.  

Apagaría los focos y flashes que ciegan a los demás. Volvería a la vida normal, a la vida de verdad, sin mentiras, sin promesas ni fantasías de oro y gloria; aunque poco o nada podía imaginar que era tarde para dar marcha atrás y poder regresar.   

Sin embargo, esos tiburones siempre hambrientos, no la dejarían escapar, era una joya demasiado valiosa para dejarla ir sin más. Aquella muñeca de trapo había sido devorada por su inocencia, por sueños propios y ajenos, por la codicia y el hambre de poder. Codicia y hambre que la querían suya y de nadie más.   

Y así fue, aquella pecera infecta no la dejó ir, la devoró y despedazó hasta no dejar ni la sombra de lo que un día fue. El fatal desenlace llegó una noche en la que no vería más el amanecer. Corrientes excesas de oro blanco inundaban sus venas en un camino sin retorno. Un último chute sin emoción en el que desapareció el sol. Adiós a quien ni siquiera llegaste a saludar, adiós deseando que su alma descanse en paz.


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