A través del Estado Intermedio (Segunda parte)

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...Fui a dar a otra plaza, ésta de forma cuadrada o eso parecía, ya que a veces y según la perspectiva cambiaba su geometría. Las casas tenían formas imposibles, ventanas inclinadas que daban al vacío, puertas horizontales a una distancia del suelo absurda. Me senté a observar aquellas formas cambiantes y apareció una señora de mediana edad de aspecto muy agradable. 
- ¿Qué haces aquí? - preguntó sonriendo. 
- No estoy seguro - respondí, pero creo que voy comprendiendo lo que está pasando. 
- ¿Tú quién eres? - pregunté, no pareces tan despistada como la gente que he visto por las calles. 
- ¿Puedes decirme algo que me ayude en este lugar? - 
- Claro - contestó abiertamente, sentándose a mi lado. 
-Te hablaré de mi experiencia en este "pueblo" y más allá. 
"La primera vez que llegué aquí, exploré todas las calles y escogí la calle Deva, dónde predominaba el color blanco y olía a flores frescas. Me encantaba, era embriagador. Hacía que te sintieras plena de orgullo, cómo si fueras el único ser que lo comprendía todo. 
Al final de la calle tomé un autobús que ascendía hacia unas montañas preciosas. Cuando llegamos a la cumbre se abrió ante nosotros una explanada llena de jardines y un gran Palacio en el centro. 
Nos recibieron con banquetes y fiestas que no acababan nunca. Era muy divertido y no tenía conciencia del tiempo. Parecía que siempre había sido así. Mi energía y juventud me daban un poder nunca antes visto o sentido. 
No se como ocurrió, pero entonces descubrí a gente anciana que sufría porque habían perdido la juventud. 
Alguien se acercó y me dijo que lo peor que nos podía pasar era envejecer. Que había grupos entre nosotros que ya no se divertían con las fiestas permanentes. Que habían desarrollado técnicas para trascender a regiones más sutiles de la conciencia y que su existencia carecía de forma. 
Practiqué y tomé conciencia de otros estados de la  existencia. Pero no encontré salida, no lo comprendía todo. Indagué en los reinos más remotos de la conciencia y supe que la única posibilidad era existir como humano. Así que renuncié a mis estados meditativos del reino de la no-forma y volví a Encrucijada. 
Te aconsejo que busques la calle que te lleve al reino de los humanos".
- Aléjate de la calle Deva, sólo conduce al orgullo - dijo levantando la mano como despedida y alejándose entre las calles. 
Busqué nuevamente mi afinidad con alguna calle y acabé sentado en un banco con dos personajes que decían haber estado en un "infierno suave". 
Habían tenido su experiencia de forma conjunta y no podían separarse. Pero se diferenciaban de algunos y de mí mismo, porque conservaban la memoria de su vida anterior como humanos. 
Habían sido banqueros enemigos y en una pelea se mataron a tiros al mismo tiempo. 
Me contaron su peripecia. Y nuevamente me dió la sensación de estar aprendiendo como funciona este lugar. Parece ser que el objetivo de estos encuentros es intercambiar experiencias.
Ellos contaron la suya, que empezaba así :
"Seguimos la calle Preta, de un color rojo brillante y de unas sensaciones incrementadas de posesión y avidez. Al final de la calle esperaba un tren. 
Subimos y un hombre alto vestido de negro decía:
Hay tres existencias. 
Cuando estas despierto. 
Cuando duermes y sueñas. 
Cuando estás muerto. 
Como un ciclo que se repite eternamente. 
Ahora estáis muertos para la existencia de la vida despierto y del dormir con sueños. 
Estáis en un infierno de bajo nivel, así que tendréis mucho tiempo para pensar como habéis llegado aquí ... 
Nos instalamos en unos vagones con asientos de color rojo, todo era rojo. El tren se puso en marcha y nos distribuyeron por diferentes ciudades. 
Nos hicieron bajar en una estación y nos dijeron: Tenéis una identificación en el brazo, con ella podéis obtener de las esferas rojas, todo lo que necesitéis para existir aquí. 
Aquél infierno o lo que sea que fuera, era rojizo, como arcilloso. No había colores, hacía calor y nunca llovía ... 
La ciudad era decadente y ruinosa, aunque dos edificios estaban en perfecto estado. 
Más tarde supimos que se trataba de las oficinas de los Gregorios, algo así como la Policía del lugar. Ellos fueron humanos alguna vez, pero ahora son auténticos demonios. 
También se encargaban de la administración de toda la ciudad. 
Su jefe absoluto se llama Durazel, dueño de este infierno y de muchos otros en diferentes niveles y estados de maldad. 
- Las esferas rojas os proveerán de cosas útiles - dijeron. No existe ni la comida ni la bebida, pero si el hambre y la sed. 
Lo que pidas  puede ser denegado, en espera o aceptado...
Estuvimos allí hasta comprender nuestro error. Sin medida de tiempo, con la sensación permanente de que era para siempre. 
-No te acerques al rojo - dijeron levantándose al tiempo que se alejaban. 
Así que seguí deambulando por las calles de Encrucijada y encontré a otros y otras, que me contaron sus experiencias. 
Más adelante divisé una luz amarillenta, como la luz del sol al atardecer saliendo por la bocana de una calle. 
El letrero decía Rúa Manusya. Me adentré y olía a atardecer, como un olor que me hacía sentir deseo. También percibía un estado pasional, pero con dudas. No estaba seguro de aquellas sensaciones. 
La calle estaba llena de bares con terrazas y sombrillas. Paralelos a la calle se veían árboles y grandes maceteros de plantas que parecían geranios.
En las terrazas había gente charlando animadamente en mesas vacías de contenido. Ni un vaso, ni una botella, ni un café. 
Parecía no importar. Todo eran altibajos de murmullos. 
Pero algo tiraba de mi hacia el final de la calle. No era desagradable, más bien era una sensación confusa de no haber encontrado una salida, una respuesta contundente a toda la experiencia vivida. 
Seguí andando y al final de la calle estaba el coche que me había traído al pueblo. Subí, pulse el botón de recoger la capota y salí de allí por un paisaje de atardecer permanente, sin amanecer ni anochecer. Disfruté haciendo kilómetros, sin saber a dónde iba. 
Paré en un mirador al borde de la carretera y descansé. 
Luego vi a lo lejos en el ladera de una loma, tumbados en la hierba, a una pareja haciendo el amor. 
No sabía porqué, pero los sentía, los notaba como una fuerza atrayente imposible de controlar. 
Fue como si todo mi ser se fundiera con aquellas dos personas y empecé a notar cambios en mi conciencia, seguidos de sosiego y paz. 
Hoy, cuando recuerdo aquellas experiencias, me doy cuenta de que los jóvenes que hacían el amor tumbados en la hierba eran mis padres. 


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