En el comienzo de mi vida, digámosle así, había aquel muchacho, que me movía mas allá de mis hormonas, aquel joven en busca de más que mis abrazos y besos.
Aquellos labios gruesos que llevan a la lujuria a cualquier mujer, unas manos grandes y firmes que al tomarme por la cintura lograban que mis piernas temblaran y mis pechos bailan al compás de sus palabras.
Aquel joven había decidido hacerme suya a toda cosa, con la inocencia de un niño aun, buscaba como convencerme que éramos perfectos, la primera vez para ambos y en la soledad de una habitación accediendo a aquel encuentro furtivo de nuestros tutores y con la adrenalina de que más de alguno apareciera en aquella puerta, decidimos concretar aquel sentimiento mutuo.
Nos arrancamos la ropa viéndonos por primera vez desnudos con nuestros miedos y nuestras ganas expuestas, la música en el ambiente para opacar la alegría que emanaba de los cuerpos al rozarse.
Acostados su miembro ya dispuesto a explorar lo más profundo de mi ser, abriendo mis piernas contorneadas y colocando su cabeza ligeramente en mi cuello, introduce todas sus ganas en mí, su rostro denota la felicidad de aquel primer acto de conquistar aquellas tierras vírgenes.
Mis labios arden por aquel miembro excitado que lo penetra dura y gustosamente. Mis pechos pequeños sucumben a sus besos y caricias. Sus manos toman firmemente mis brazos demostrando su fuerza y dominancia ante mi vulnerable esencia. Llegando a derramarse dentro de mí y dejando claro que sería suya por siempre...
Al día de hoy recuerdo que aquel acto en que entregué mi inocencia ha sido mi ejemplo, y sé que el de él también, para unas nuevas expediciones en otros cuerpos…
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