- ¿Has sentido que alguien te observa en el bosque?
- Sí… - A mí también me ha pasado. Especialmente cuando voy solo… La sensación de una gota helada bajando por tu espina dorsal, como se crispan los vellos en los antebrazos, y luego se entorpecen las piernas, por el miedo.
- ¿Qué crees que sean esas sombras? - No son sombras… Los trae la neblina. Son ellos.
- ¿Ellos? - Sí. Y no podemos hacer algo al respecto.
- ¿Los has visto? Frente a frente, digo.
- No, pero si los sientes cerca, y yo no estoy a tu lado, quédate parado, respira tranquilo, y nunca cierres los ojos. Sólo baja la cara, concéntrate en las hojas del piso. Escuches lo que escuches, no mires… Sólo debes estar alerta, por si quisieran atacarte a ti directamente.
- ¿A qué vienen?
- Harán lo suyo. Cogerán una, o dos cabras, y se irán.
- ¿Por qué no debo mirarlos?
- También te llevarían en esas enormes esferas metálicas…
- Entonces, ¿quieres decir que papá los vio? ¿Por eso nunca volvió?
- Eso mismo.
- ¿Qué pasará cuándo se acaben las cabras?
- Traeremos gallinas, o gatos, si es necesario. Lo que debemos evitar es que busquen animales en la aldea.
- ¿Por qué no huimos? - Esta es nuestra tierra, y ya sabremos qué hacer para defenderla cuando no haya animales. Sigue vigilando las papas, la sopa debe estar caliente al partir. Prepararé al rebaño.
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