Perdimos una provincia.
No era grande ni pequeña pero sí muy importante.
Se fue rápidamente ante nuestros incrédulos ojos.
No desapareció sin resistencia, porque no somos de rendirnos cuando en ello nos va todo.
No nos abandonó sin dolor, porque abrazamos la vida conscientes de que el tiempo es contado y escaso.
No fue ganada por nadie, porque a nuestros vecinos les faltó otro tanto.
En su defensa hubo también héroes y heroínas, pero a muchos los engulló también la niebla y a los más el olvido.
Quedaron las montañas y los bosques, los ríos y lagos, los castillos, los puertos, las ciudades y los poblados.
Enmudecieron las palabras; las tuyas, las mías y muchas que ya nunca conoceremos.
Partieron para siempre personas próximas y muchas desconocidas, pero igualmente insustituibles.
Con ellos se marchó la memoria, la energía y la experiencia, quedando de nosotros mucho menos de lo que antes había.
Despertamos de la inocencia de creer que nunca hay pasos hacia atrás, que todo lo que tenemos va a estar ahí por siempre y que no cuesta nada obtenerlo, que nuestra vida no se puede poner patas arriba en un segundo sin consultarnos.
Se perdió una provincia, desapareció un legado, conocimiento, coraje e ilusiones, vidas al fin y al cabo.
Y como ella a lo largo del mundo un ciento de momento, dejando tras de sí silencio, silencio y más silencio.
Lejos quedan ya aquellos tiempos felices, en los que nos sentíamos indestructibles.
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