Guerra fría

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Esa mañana el tipo se levanta de la cama y mea. Se mete bajo la ducha. Agua fría. Ya está avezado. Se seca. Se viste. Desayuna café y una tostada con queso amarillo y pechuga de pavo. No se sienta. No tiene tiempo. La tipa sale del dormitorio y se mete en la cocina. Se encuentran. Ella le acaricia la calva. Se sirve café y pone un chorrito de leche fría. Se miran. El tipo dice hasta luego y la pierde vista. ¿Para siempre? Es en lo que piensa desde hace varios meses. Pero no lo hace. Y ella no responde. Pero está pensando que lo que quiere es subir al piso de arriba y follarse al cuñado, ahora, claro que ahora, cuando la hermana está trabajando en el hospital y no va a regresar hasta después de mediodía. Pero no lo hará. Se mete en el baño. Mea. Se quita las bragas y a la ducha. Agua muy caliente. Se masturba.

Llaman a la puerta y la tipa abre. El cartero entrega una carta certificada. Las gracias y la puerta otra vez cerrada. A su nombre. La carta. Del Ministerio de Cultura. Chorradas, piensa. La carta pone que la invitan a dar una conferencia en la universidad de. Tiene que hablar de Delibes y Julio Llamazares. No es trabajo, piensa la tipa. Aceptará pasar un fin de semana en Canarias. De viernes a domingo. Todo un plan. Se lo dirá cuando regrese de hacer lo que haya tenido que hacer. ¿Y qué hace el tipo? Nada. Bueno. Camina. Se pierde por la ciudad sin otra cosa que hacer que caminar y caminar y caminar y caminar. Caminar. No trabaja. No quiere encontrar trabajo. Ya solo le queda un amigo de los de ayer. Y el amigo ese no quiere saber nada de él. Le gustaría que se quitara la vida, que lo asesinaran, que muriera de un infarto inapelable. Le da lo mismo, al amigo, si tiene que morir sufriendo como un cabrón. Retorciéndose de dolor. Ya no lo aguanta. Y luego a la hora de comer se mete en casa y repite lo que dijo ayer. Algo de que está cansado pero que hoy la cosa ha ido mejor. No pierde la esperanza, dice. Y la tipa lo mira con un libro, una revista, o viendo una serie. Abre la nevera, el tipo, y abre una cerveza. Bebe con ganas. Se sienta con ella pero nunca lee, no le gustan las series. Ella hace lo que esté haciendo y él no hace nada. Se bebe la cerveza y se levanta para quitarse la ropa y ponerse un chándal. Descalzo se está mejor.

Le cuenta lo de la carta y lo de ir a Canarias a hablar de Delibes y Llamazares. El tipo se alegra. Le da un beso. No puede ir, dice. Ella no quiere que venga, pero no se lo dice. Dice que lo siente pero que serán tres días y que está bien pagado soltar el rollo y regresar. Le dice también que será en Tenerife. Nunca han ido. Una vez el avión que la traía de México hizo una extraña escala en Tenerife y alguien bajó del avión como si fuera escoltado. Ya no lo recuerda muy bien. El libro “Mamá se quitó la vida y eso sí fue una verdadera putada” había alcanzado un éxito del carajo en el país norteamericano. Han pasado diez años del éxito. Luego ha tenido otros. “Padrenuestro que estás ciego”, “Cuentos para leer en pisos con vecinos ruidosos”, “La gata encima del escenario”. Y en cine un guion hace tres años recibió el cabezón y se puso muy contenta porque el director se quedó sin recibirlo y él i que era el favorito. Lo sigue odiando.

El tipo tiene la insana costumbre de comerse un polo todas las noches antes de irse a dormir. O por lo menos antes de irse a la cama a ver si pilla el sueño. Ni de coña. Un polo de esos con crema y chocolate. Todas las noches. No falla. Y luego un vaso de agua de los grandes. A la media hora se levanta de la cama y echa una meada de casi un minuto. Vuelve a la cama y con los ojos abiertos se pone a contar hijos de puta. Uno, dos tres. A las cuatro y pico va ya por los dos millones de hijos de puta. Pero sigue despierto. La tipa ronca. Es un ronquido cariñoso, humilde. Y da varias vueltas. El tipo no se mueve porque la tipa tiene un sueño ligero. Pero ya vuelve a tener ganas de mear. Se acostó pasada la medianoche y es normal que casi a las cinco la vejiga pide un alivio. Mea.

Se mira ante el espejo. Hay que afeitarse. ¿O se deja la barba? Pero sin bigote. Decide ponerse a contar nombre de santos. Eso le encanta.

La tipa en Tenerife se echa un amante para las dos noches y los tres días. Folla un montón. El desconocido es un escritor isleño que habla como si tuviera la boca llena de asteroides. Ha escrito dos libros. Es concejal de cultura en uno de los pueblos. La lleva a conocer el pueblo. Se la folla en la casa de la madre que la tenía cerrada desde murió la señora y el hermano se ahorcó. La tipa arrebata al público hablando de Delibes. Se la nota menos entusiasta hablando de los cuentos de Llamazares y de lluvia amarilla. Alguien de entre el público pregunta por luna de lobos y ella responde que no tiene nada que decir de ese libro. El organizador es alguien importante en la universidad y también ha escrito libros para que nadie los lea.

Regresa bien follada.

El tipo se ha ido de casa. Ha dejado una nota. El tipo escribe mejor que ella pero no lo sabe. El tipo ha escrito: No volverás a verme. Estoy en por León, pero no salgas a buscarme. Has lo que quieras, pero no salgas a buscarme. Aquí estoy bien. No sé qué hacer pero estoy bien. Me llevé la ropa para el frío. Te cogí doscientos euros y algo más para pagar el autobús. A lo mejor si encuentro trabajo me caso. Que seas feliz.

La tipa se coge un cabreo grande y escribe sin parar una semana. Come poco, duerme poco, pero termina y sigue cabreada.

Otra vez el cartero. Otra carta. Del banco.

 

 


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